Opinión

La temible experiencia

Ayer, un Donald Trump convaleciente afirmaba que haber contraído el coronavirus le había servido para comprender mejor a las personas que lo han sufrido y el alcance de esa enfermedad. Hay que congratularse de esa epifanía del mandatario norteamericano, de ese momento de caída del caballo, de ese ver súbitamente la luz gracias a haber sufrido en sus carnes aquello que se ha llevado por delante a muchos de sus compatriotas y a un número considerable de congéneres en todo el planeta. Porque no está de más recordar que hasta hace cuatro días, el presidente americano menospreciaba al virus, se burlaba de él y descalificaba a los científicos que avisaban de que con una cosa así no se puede bromear. Lo hacía además con mala educación, desprecio ignorante y chulesco y alharacas de matón. ¿Qué ha quedado de todo eso? ¿Sirvió de algo tanta agresividad con un virus?

Debería inquietar siquiera un poco a los estadounidenses que el principal humano que ha de regir sus destinos, aparte de desoír hasta el ridículo a los que saben, fuera tan poco empático e incapaz de usar su imaginación como para no comprender el sufrimiento ajeno hasta que a él mismo le ha faltado el aire en los pulmones. Queda claro ahora, por tanto, que la única manera de conseguir que Trump empatice con los más desfavorecidos será enviarlo a vivir unos meses debajo de un puente (en Brooklyn y Manhattan hay, por cierto, unos puentes preciosos), o que, también, para que se haga consciente del peligro de una venta incontrolada de armas lo más adecuado será que tiroteen en su escuela alguien indefenso a quien él aprecie mucho. Quizá así en lugar de vivir en una burbuja de peinados imposibles, corbatas gusticidas e imperio de los malos modos, Trump empezara a preocuparse verdaderamente de los problemas que rodean y aquejan a sus compatriotas.

Trump no es el demonio. Es tan solo un garrulo matón y con dinero. El reflejo de una sociedad enferma de impotencia, frustración y rabia de su propia mediocridad que es, al fin y al cabo, quien le vota. Y encima, ahora, le han inyectado esteroides.