Opinión

Hazlo tú que a mí me da la risa

Íñigo Urkullu, lendakari vasco, ha dado el gran paso y ha pedido al Gobierno de Sánchez que declare el «Estado de alarma» en el País Vasco para luchar contra la pandemia, con la reserva, claro, de administrarlo él al frente del Ejecutivo vasco. La iniciativa de Urkullu puede servir de arrastre a otras Comunidades, aunque es improbable que haya unanimidad, por mucho que el virus no entienda de competencias autonómicas. Tampoco de mociones de censura, el circo que montó Abascal para acorralar a Casado y en el que al líder de Vox le han crecido los enanos. También ha quedado más claro por qué, tras 15 años en nómina, no hizo carrera en el partido de Aznar, Rajoy y ahora de Casado que, con inteligencia política y lo que hay que tener cuando hay que tenerlo ha asumido un gran riesgo y ha triunfado, digan lo que digan quienes quieren manejar el PP a su antojo y desde fuera. Habrá que esperar, pero las urnas –si el votante de centroderecha quiere un Gobierno posible– terminarán de darle la razón, que es lo que inquieta en la Moncloa.

La ocurrencia –legítima, pero sinsorgada– de Abascal ha hecho de árboles que ocultaban el bosque del descontrol de la pandemia y del caos de la aplicación de medidas distintas en cada zona del país. John de Zulueta, presidente del Círculo de Empresarios, que estuvo al frente de Sanitas, defiende que para afrontar una pandemia la descentralización sanitaria es un dislate. No se trata de limitar competencias sino de eficacia. José Carlos Díez, economista socialdemócrata, no como Sánchez, apunta que el modelo autonómico, concebido como preludio de un Estado Federal «ha acabado siendo una confederación, sin mecanismos de coordinación y con graves problemas de gobernanza». Desde que el Gobierno dejó la pandemia en manos de las Comunidades, nadie quería tomar ciertas medidas, más o menos impopulares y, sobre todo coordinadas, con una actitud que recuerda aquello de «hazlo tú primero que a mí me da la risa». Ahora, Sánchez, Urkullu y otros –con Díaz Ayuso de cometa con órbita propia– empiezan a ver las orejas al lobo. Quizá todavía no sea tarde.