Opinión

El negocio de ser un buitre

Qué bonito debe de resultar ser cómico en la mesa del príncipe. No Charlie Chaplin en 1940, con su enmienda brutal al fascismo y unos cojones de tigre, sino Sacha Baron Cohen en 2020. Dulcemente acunado por el mainstream y las redes sociales. La clase de payaso que rema a pierna suelta en la barquita de sus propios sesgos. Sabrán que Baron Cohen, en su última película, ha retomado el descacharrante personaje del periodista kazajo, Borat. Lo embarca en una peripecia para regalar a su hija, Tutar, al vicepresidente de EE.UU., Mike Pence. La actriz que interpreta a Tutar es Maria Bakalova. Como fracasan con Pence enfilan a Rudy Giuliani, 76 años y ex alcalde de Nueva York. En la emboscada Bakalova simula ser una periodista que desea entrevistarlo. Al terminar su encuentro ella pregunta si quiere tomarse un copazo en la tibia intimidad de su habitación de hotel. La cámara oculta revela a un Giuliani tibio y a una Bakalova encantada de sonreír como goloso cebo. Poco después entra en escena Borat y al grito de es demasiado joven para tí humilla urbi et orbi al vejestorio. Lo interesante del asunto es contemplar la respuesta tipo de la prensa y los comentaristas. Giuliani representa a Donald Trump. Y Trump es malo. Y el fin justifica los medios. Y por supuesto la salvaje degradación del enemigo. Son particularmente repulsivos los comentarios dedicados a la edad del político. Entiende uno que nuestros bienpensantes han decretado que la sexualidad está vedada a los ancianos. Impresiona también que algunos santurrones hablen de movimientos inapropiados por parte de Giuliani. Cuando es evidente que es la mujer la que se insinúa. De lo que uno deduce que ellas no están capacitadas para tomar decisiones y es el hombre, el macho, bonobo alfa, quien decide cuándo toca montárselo y cuándo a la cama sin postre. Pero acaso lo más dulce sea imaginar la escena moviendo los papeles. Supongan a una política veterana y a un joven y apuesto reportero que, tras la entrevista, invita a la doña a un piscolabis. Toca preguntarse si la masa censuraría a la señora por tontear con el mozo. O si aplaudiría al grito de hermana aquí está tu manada. O bien suponer que la entrevistada fuera joven y bella y el periodista un vejestorio, y que fuera ella la que susurra maaambo. Estas y otras elucubraciones serían superfluas en el atraco a mano armada de una sucursal bancaria. Sean los protagonistas jóvenes o viejos, mujer u hombre: un atraco es un atraco es un atraco. Pero en el caso de Giuliani la basura ambiente infecta los factores. Hasta el punto de que todo contacto hombre/mujer resulta sospechoso de gotear caliente misoginia y licántropa masculinidad tóxica. O sea, lo de siempre. Los cuerpos condenados y los guardianes de la moral en el papel de sancionadores y/o exegetas. Con el complemento de que puesto que te burlas y acosas a tu víctima al tiempo que la grabas puedes humillar del lado de los justos al tiempo que haces caja. Negocio redondo.