Opinión

La revuelta del coronavirus

La revuelta, que empezó en distintas capitales europeas, se extiende por toda España. El toque de queda fue la señal y el pretexto. Los alborotadores aprovechan el confinamiento nocturno y el cabreo de los jóvenes y los pequeños comerciantes. No faltan, en el arranque de la protesta, los negacionistas y antivacunas. Pero ha derivado a actitudes revolucionarias de enfrentamiento con la policía, quema de contenedores y asalto de tiendas. Puede decirse que la revuelta del coronavirus tiene muchos padres, pero ninguno reconocido. Para algunos, como el socialista Fernández-Vara, presidente de Extremadura, se trata de «un movimiento perfectamente organizado de una minoría radical y extremista». No dice quién está detrás. Cada cual la pinta del color político que le interesa. Unos creen que es un movimiento destinado a derribar desde la calle al actual Gobierno aprovechando el creciente malestar ciudadano, que se espera incontenible dentro de unos meses. Desde el otro extremo, por el contrario, se sospecha que estamos ante un movimiento revolucionario, organizado desde la izquierda populista en el poder para cambiar definitivamente el sistema aprovechando ese malestar.
Nos enfrentamos a una situación desconocida, lo que hace más difícil ofrecer seguridades. No sabemos cuándo saldremos de esta ni en qué condiciones. Desde luego, parece seguro que saldremos con el cuerpo social desgarrado. De situaciones como esta acostumbran a aprovecharse los movimientos revolucionarios, exhibiendo en las pancartas y en las proclamas callejeras las palabras libertad y justicia. Los cabecillas de la revolución, que suelen vivir mejor que la gente común, no hacen caso a la recomendación que les hace Ortega de que se dejen de pronunciar vocablos retóricos y aprendan economía. Es lo que les falta, sin ir más lejos, a los de Podemos. Pero León Trotsky, que sabía mucho de esto, advierte: «La revolución no escoge sus caminos». Y recuerda que la revolución rusa hizo sus primeros pasos hacia la victoria bajo el vientre de un caballo.
Hay quien dice que el presidente Sánchez no ha cambiado ya de caballo en medio de la crisis sanitaria y económica, despidiendo del Gobierno a Pablo Iglesias y compañía, por miedo a que los podemitas le incendien la calle aprovechando el malestar social. O sea, los mantiene en el Gobierno para que le sirvan de contención. Por el contrario, para otros Iglesias pretende hacer la revolución desde el poder y cuenta con la complacencia del «sanchismo». Conviene estar alerta.