Opinión
Al cabo de la calle
Ningún espíritu libre, con un mínimo de vergüenza, siente que pueda identificarse, por mucho que quiera, con esos episodios violentos que cierran las protestas callejeras contra el confinamiento. Uno puede entender el hartazgo de la gente, la irritación ante verse confinado y sin recursos mientras los políticos acuden a cenas de celebración con mascarillas de diseño; pero en cualquier caso hay otras maneras de protestar sin necesidad de ocupar la calle -precisamente en este momento- quemando contenedores. ¿No eran tan modernas las nuevas generaciones y veían tan plenas de posibilidades las redes sociales? Pues si eso es verdad, que discurran entonces, a la voz de ya, algún método de protesta a través de sus móviles sin tener que salir de casa, ni quemar mobiliario urbano. ¿Por qué no lo han hecho así? Pues sencillamente porque era imposible y no saben cómo.
No. Toda la parafernalia retórica y la jerga imaginativa que hemos usado durante los últimos quince años se ha demostrado mera pamplina en cuanto ha caído empujada por la realidad más clásica del ser humano. Todo lo que hemos amparado bajo sintagmas grandilocuentes, como “antisistema” o “antifa”, se resume ahora, bajo nuestras narices, en la tradicional y venerable animosidad latente que siempre ha existido entre los mal vestidos por necesidad y los excesivamente bien vestidos sin necesidad. En esos violentos que quieren añadir pánico a la ya inevitable tristeza y desolación que ocupa nuestras calles no existe, al cabo, la más mínima preocupación por el interés colectivo; precisamente ahora cuando, por una vez, el interés colectivo está científicamente claro y todos sabemos que debemos estar durante unos días lo más lejos posible unos de otros para evitar contagios y muertes. Toda la chiquillería que sale en estos momentos a protestar con algaradas y conductas destructivas contra el confinamiento no son revolucionarios sino, más bien, su perfecto opuesto: un tipo de rabia ciega, desorientada y populista, que veremos frecuentemente en los próximos tiempos. Sucede justo cuando tenemos un gobierno supuestamente de izquierdas, cosa que evidencia que lo que más les gustaría ser a los seguidores de Ada Colau (revolucionarios) es lo que precisamente no son.
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