Opinión
¿Quo vadis, Pedro Sánchez?
El pacto con Bildu está acabando de romper las costuras del PSOE. Las gentes del histórico partido, según Alfonso Guerra, rezongan: «¡Con Bildu, no!». Era una de las líneas rojas que no convenía traspasar en ningún caso. Así estaba convenido, con razones poderosas, en el seno de la formación. El propio Pedro Sánchez lo había garantizado solemnemente no hace tanto. Ese pacto con los herederos de ETA, formar Gobierno con Podemos y aliarse con los separatistas catalanes constituían hasta hace poco la muga del terreno prohibido. Pues todas las prevenciones han saltado por los aires con el objetivo sagrado de permanecer en el poder. La aprobación de los presupuestos, con las concesiones que haga falta, persigue sobre todo que este extraño Gobierno dure por los siglos de los siglos.
Pero no es sólo lo de Bildu y las otras peligrosas alianzas lo que está conduciendo al PSOE, ya casi irreconocible, a una profunda crisis. Tímidamente van alzándose las voces de los dirigentes históricos, de los «barones» regionales y de otras figuras reconocidas de la izquierda, alarmados con lo que pasa. Un experimentado socialista como Tomás Gómez llegaba a afirmar ayer en este periódico que el PSOE está ya en coma. En Europa observan con inquietud lo que pasa en Madrid. El viaje del vicepresidente podemita, Pablo Iglesias, con el Rey a Bolivia y su activismo complaciente, aprovechando la visita de Estado, con regímenes de la órbita del narcotráfico, ha producido alarma. En Bruselas ven con preocupación la deriva del «sanchismo», que parece cautivo de Podemos. Los demócratas europeos han tomado nota del intento de asalto al Poder Judicial, las amenazas, desde La Moncloa, a la libertad de información, los ataques a la Monarquía constitucional, la nueva reforma educativa sin consenso social ni político y la eliminación del español como lengua vehicular en las aulas, entre otros desatinos recientes.
Dice Bertrand Russell, que el hombre embriagado de poder está desprovisto de sabiduría. Parece claro que Pedro Sánchez está borracho de poder. Hay quien le comprende: es sólo un táctico, dicen, todo su plan consiste en seguir, seguir… «Quo vadis?», le gritan desde la acera los más lúcidos de los suyos, «¿adónde vas?», le insisten, pero él sigue, ufano, su camino, sin inmutarse. Estimulado por los aplausos de los aprovechados de turno, los doctrinarios de pocas luces y los servidores mediáticos que le jalean, camina hacia la autarquía.
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