Inmersión lingüística

El Don de imponer lenguas

Me pregunto si es posible hacer un ejercicio de memoria y objetividad, pero la respuesta es no

Hay una premisa fuera de toda controversia: si una lengua es útil para un pueblo, aunque sea por razones emocionales, no es necesaria su imposición, su exigencia ni su arbitrio. Del mismo modo, si un pueblo ama una lengua y se identifica con ella, esa lengua se habla, goza de buena salud y no hay que conectarla al respirador artificial de la obligación.

Me pregunto si es posible hacer un ejercicio de memoria y objetividad, pero la respuesta es no; para recordar algo, hay que conocerlo y almacenarlo previamente, el saber, por poco que haya, ocupa lugar ¿saben? Y la objetividad… ¡Ay! Esa no nos corresponde a nosotros los seres humanos, que vivimos atenazados por nuestra mezquina y obtusa percepción. Lo bueno es que existe la hemeroteca y los amantes de la verdad nos debemos a ella como a las Sagradas Escrituras, casi, con máxima humildad.

A vueltas con el español como lengua vehicular, recordemos que hasta la ley Wert no lo era, por lo que la Ministra actualmente se desgañita repitiendo que dejemos los catastrofismos. En cualquier caso, dada la situación de arrinconamiento del castellano en algunas comunidades autónomas, esta ley no viene a mejorar la situación de los castellanoparlantes catalanes o vascos, por ejemplo, que quedarían legal y socialmente aún más desprotegidos.

Con la Ley Celaá los gobiernos autonómicos podrán imponer lenguas que ni siquiera tienen la consideración de oficial, según se recoge en el texto. “Imponer lenguas”, reflexionemos en lo que trae consigo esta expresión además de un profundo autoritarismo.

Cuando éramos niños (yo nací en el País Vasco) el euskera no nos gustaba (a la mayoría) por ser una lengua muy difícil (reconozcamos que no es disparatadamente eufónica) y de dudosa utilidad, por su evidente localismo. Mi padre decía, con sorna ¿eh?, que comprendía que nos obligaran a estudiarlo, que era absolutamente necesario protegerlo y fomentarlo porque si no desaparecería. Por supuesto que no hablábamos euskera en casa, ni en la calle, ni en el colegio (quitando las cuatro horas de clase semanales); los niños tenían nombres castellanos (en general) e ir a una ikastola (con educación en vasco) era algo extravagante.

Bien, desde ese modelo educativo A de mi infancia nos hemos trasladado al modelo D (todo euskera), ¿cómo? De manera absolutamente artificial, por obligación y asedio, por obra y gracia del espíritu del adoctrinamiento a menores y oidores, y por el Don de “Imponer lenguas” a los díscolos gentiles.

Los jóvenes padres de hoy escolarizan a sus hijos euzkaraz y sostienen que la sociedad se ha ido decantando hacia “su propia lengua” espontáneamente; que es lo que siempre desearon porque se trata de su cultura y su identidad (que Franco reprimió cuarenta años) y que el modelo escolar A (en español) pronto habrá fallecido de forma natural.

Eso nos han ido contando, y cuadra, lo primero porque una mentira que se repite mucho (bien lo sabía el Dircom de Hitler) se convierte en verdad y también porque todo lo relacionado con Franco tiene muy mala pinta: Cosas de malvados dictadores que se oponen a la cultura de los pueblos revoltosos. Pero ya somos adultos (y algunos rebeldes) por tanto, me he lanzado a bucear entre documentos, con la intención de arrojar alguna luz en este asunto. Porque como todos ustedes saben, adorados lectores, a la realidad le importa poquísimo lo que digamos, e incluso lo que deseemos.

Lo cierto es que los Fueros en los que los nacionalistas dicen sustentar su derecho a la autodeterminación fueron escritos en idioma romance y el paulatino abandono del euskera por parte de los vascos fue consecuencia de la superioridad del español como lengua de progreso e ilustración frente a un idioma sobre todo bucólico cuyos textos escritos a finales del siglo XVIII podían contarse con los dedos de la mano de un gato.

Asumiendo que, si bien el euskera es la lengua específica del País Vasco, lengua propia es también el castellano, porque, ¿cómo no considerar lengua propia la lengua materna del 80% de los vascos? Isabel Celaá, hace 15 años (El Correo)

Con respecto a la apocalíptica represión franquista sobre tierras vascas y a la obstaculización del idioma fuera del ámbito privado, el castigo por hablar euskera en público ocurrió muy raramente (el caso de Cataluña es otro), dado que el vascuence era desde antes poco hablado y menos cultivado. En euskera no se contaban más de una docena de escritores y hasta los propios separatistas hablaban en castellano. No había cátedras ni gramática, no había ortografía ni vocabulario normalizados y el escollo a salvar para su aprendizaje no era la represión, sino la incontrolable diversidad de dialectos por aldeas, caseríos e incluso, por familias.

Las ikastolas se crearon durante el franquismo aunque, en semejantes circunstancias, la vida oficial y la enseñanza públicas se desarrollaron de la única forma posible: en español; pronto se autorizaron la misa en vasco, la publicación de libros y la Academia de la Lengua Vasca que antes de los sesenta se reunió para unificar el euskera con el batua.

He investigado y aprendido mucho, pero entendiendo que sólo es susceptible de imponerse la lengua que de manera natural caería en el olvido conservo la misma duda de siempre:

¿es lícito obligar a estudiarla, a examinarse y a acceder a un puesto de trabajo por medio de titulaciones creadas ex profeso? ¿Tiene alguna lógica? ¿Vale la pena imponer una lengua?

Y yo misma me respondo:

_Depende del objetivo.