Opinión
Beatniks eternos
Si algo demuestra el estudio de la literatura es que prácticamente cualquier fenómeno que se dé hoy en día, ya sucedió con modos y maneras similares hace siglos. Los libros y los relatos son el testimonio de ello y nos llevan a la conclusión –un poco fatalista– de que el hombre es muy antiguo y el mundo muy viejo; de que en el fondo nada tiene solución definitiva ni apocalipsis total. Esta semana lo pude comprobar una vez más cuando, en previsión de que pronto nos vuelvan a confinar a todos, salí a rodar en moto con un grupo de amigos de aquellos que, cuando teníamos veinte años, nos fascinaba la vida «beatnik» y libros como el «On the road» de Kerouac. Siempre es interesante observar a un grupo de «beatniks» sesentones; son todo lo contrario al hombre de éxito prepotente de hoy en día. Entre ellos, hay mucha tela vaquera desgastada, un uso común de genéricos de Viagra y mucho historial inevitable de divorcios normalizados con cariño. Lo que más picó mi curiosidad fueron sus conversaciones. Casi todas ellas, en motivos temáticos, en fondo de pensamiento, en intención vital, podían haber estado perfectamente encuadernadas en un libro del siglo XVIII: «El cosmopolita» de Fougeret de Monbron.
«El cosmopolita», cuando apareció, llevaba como subtítulo «el ciudadano del mundo» y en 1751 fue un libro exitoso que tuvo su influencia en tipos tan dispares como Diderot, Voltaire o Lord Byron. Para aquellos a quien hoy la palabra «cosmopolita» les suene cursi, cabe recordar que, en esa época, fue una palabra connotada que representaba a los chicos malos, a los que se suponía que eran unos apátridas descastados. Adquirieron esa mala fama tan solo por promover vivir sin depender de la opinión de los demás, ni de los prejuicios, costumbres y órdenes de su tribu. Doscientos años después de Fougeret, vino Kerouac y descubrimos que Ulises había sido el primer «beatnik» de la historia. Pero ese eterno retorno no sucede solo con los «beatniks». Sucede también con sus opuestos. Igual que hace quinientos años tuvimos predicadores como Savonarola, hoy nos llegan también los sermones de Otegui, Rufián, Iglesias o Colau.
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