Opinión

Amor individual

Desconfío mucho de aquellos que aman a la humanidad y se preocupan enormemente por ella, pero que no parecen reparar demasiado en el vecino que tienen al lado. No dudo que realmente sientan una gran efusión de afecto y admiración por el género humano, pero lo que les reprocho es precisamente eso: que su afecto sea genérico. A mí me gustan las cosas concretas, los señalamientos que buscan la precisión. Aborrezco lo difuso, lo inconcreto y vago; por eso me gusta el individuo, el ciudadano y sus derechos concretos, específicos.

Con las cosas concretas, uno puede trabajar de una manera positiva; limitada si se quiere, pero efectiva. Con el señor de al lado se pueden hacer cosas. En cambio, con esa abstracción vaga y difusa que llamamos “público”, “gente” o “humanidad” lo más que se puede hacer es proponer proyectos aproximados, esbozar líneas de conducta generales y ambiguas. Eso no significa que no se pueda sentir cariño por ambos entes: el individuo y el colectivo. Lo que pasa es que, no sé por qué, el amor colectivo siempre termina resultando mucho más peligroso que el amor individualizado. Este último, quizá por modesto y pequeño, cuando se tuerce, solo provoca casos de desgracia estrictamente personales. Ahora bien, el amor colectivo, cuando se desboca demencialmente, termina vistiéndose de camuflaje o de antisistema, pidiendo la licencia libre de armas o intentando asaltar las instituciones donde los seres humanos guardan sus leyes. Ahí tienen a Adolf Hitler quien, aunque no lo pareciera, amaba locamente a la humanidad. Tanto, que deseaba mejorarla creando una raza aria para que todo fuera sobre ruedas y se acabaran sus sufrimientos. También acabó vistiendo a los rufianes de una manera especial y enviándolos a saltarse las leyes y destrozar la legalidad de todos para beneficio de su obsesión puramente interesada.

No. Desprecio todos esos matonismos, todas esas leyes de afectos patrióticos tan sublimes, todo ese supuesto amor aparatoso por lo colectivo que, mira tú por donde, siempre se sitúa en la lejanía. A mí, dadme el amor por lo cercano, por lo que nos está próximo. Amemos al prójimo que siempre es mucho más cálido y concreto.