Opinión

Barbaridades

Queridos míos, si alguna vez me veis desnudo de cintura para arriba, con dos cuernos de bisonte en la cabeza, tatuado hasta las cejas e invadiendo de esa guisa agresivamente un hemiciclo donde como conciudadanos guardamos nuestras leyes y la representación de nuestros sistemas democráticos, ya os lo digo de antemano y con total franqueza: os doy permiso para que en ese caso me sacrifiquéis rápidamente de la misma manera que se le hace a una caballería con la pata rota.
Entendámonos, no estoy diciendo en ningún modo que alguien que se comporte así merezca la muerte ni nada parecido. Vamos a aclararlo lo primero y de entrada, porque siempre hay quien lee deprisa y se encuentra con serios problemas para manejarse con el mecanismo de la ironía. Lo que estoy queriendo decir es –y eso dejémoslo bien sentado– que, en mi caso estrictamente particular, creo que preferiría verme muerto o catatónico antes que soportar el ridículo a largo plazo que perseguirá siempre a quien aparezca haciendo cabriolas, semidesnudo y pintarrajeado, en un parlamento donde todos los seres civilizados depositamos de la manera más seria nuestros propósitos políticos. He de reconocer que las imágenes del asalto al Congreso norteamericano me persiguen. No puedo evitar preguntarme: ¿por qué los destripaterrones más violentos que vemos en esas imágenes llevan casi todos luengas barbas?
Como artista, casi todas las imágenes que conozco de individuos semidesnudos y pintarrajeados, con hirsutismo desbocado, pertenecen a la sátira, la burla y la caricatura. Así, Mark Twain retrataba una escena similar hecha por dos comediantes pueblerinos en su «Huckleberry Finn», Cervantes conseguía otra escena maravillosa cuando un anciano Quijote quería posar de eremita mesetario en su imaginación y, por último, los maravillosos hermanos Marx parodiaban las largas barbas en una memorable escena de «Una noche en la ópera». Ya avisaban que la abundancia última de series sobre bárbaros medievales o vikingos no podía traer nada bueno. Solo los simples creen que viven en un folletín. Las barbas respetables nunca son hiperbólicas. Pero las exageraciones capilares supremacistas harán pensar a nuestros descendientes que la palabra «bárbaros» venga de «barba» y no de «bereber»