Elecciones catalanas

Elecciones de excepción

Es posible que estas elecciones abran una nueva etapa en Cataluña y en su relación con el resto de España. Pero por lo que vamos viendo, lo que nos espera no será mejor que lo de hasta ahora.

Es posible, como se oye decir con frecuencia, que las elecciones catalanes del 14 de febrero pongan fin al procès y nos hagan entrar en una etapa distinta, una en la que el furor independentista quede atrás y Cataluña recupere alguna afición por la sensatez, la prosperidad e incluso, podría afirmarse, la dignidad. Puede ser… pero hay muchos elementos que nos llevan a pensar de otro modo. Uno de ellos es la pandemia. Más en particular, el hecho de que el partido en el Gobierno central haya forzado la situación para convocarlas en un momento tan grave como este. Ayer mismo publicaba LA RAZÓN que más de 9.000 catalanes quieren ser excluidos de las mesas. Sólo eso indica el ambiente de desconfianza y de miedo que las rodea. No parece probable que ningún partido vaya a poner en duda la legitimidad de estas elecciones, pero buena parte de la población verá corroborada su desinterés y su desprecio ante un uso tan evidentemente parcial y partidista del principal instrumento democrático.

Otro elemento de confusión es el pacto de ERC y el Gobierno socialista para reabrir las negociaciones de la mesa bilateral entre España y Cataluña. Esa es la interpretación que le van a dar los independentistas el mensaje de victoria que van a transmitir a su electorado y a los españoles. El Gobierno, ya lo sabemos, aducirá que es un simple foro de “cogobernaza”. En realidad, se trata de una mesa bilateral en la que el Gobierno central acepta hablar de derecho de autodeterminación y de amnistía para los presos, propuestas aplaudidas y apoyadas –además- por los podemitas, es decir por una parte del Gobierno. Si se cumple el vaticinio de la oposición, según el cual es la mesa del futuro tripartito, el asunto se complica aún más. Se habrá cerrado el procès, pero para asegurar la construcción final de la nació catalana: está en marcha la rectificación del error estratégico que supuso un procès prematuro. Se aplaza, simplemente, con las bendiciones del Gobierno central enfrascado en la construcción de una España nueva.

Finalmente, uno de los elementos más perturbadores de estas elecciones es la violencia que se ha adueñado ya, sin cortapisas, de la campaña y de la calle. Resulta inadmisible la persecución violenta organizada contra Vox por el separatismo. Los separatistas no soportan la idea de una nueva manifestación como la del 8 de octubre de 2017, que demostró que las calles de Cataluña no son propiedad suya. Cuando el Estado abandona la calle, como lo está haciendo, a los fanáticos, demuestra que lo poco que se ha avanzado desde el 1-O está en trance de perderse, impresión corroborada por la espantada de Ciudadanos y por la actitud distraída de este mismo partido y del PP a la hora de condenar la violencia. Es posible, por tanto, que estas elecciones abran una nueva etapa en Cataluña y en su relación con el resto de España. Pero por lo que vamos viendo, lo que nos espera no será mejor que lo de hasta ahora.