Elecciones catalanas
El sombrero de Illa
No parece que pueda poner en su sitio al independentismo ni que tenga la energía necesaria para plantarse ante él.
Hay pocas situaciones en la vida de un hombre en que experimente una incertidumbre tan angustiosa y encuentre tan escasa conmiseración caritativa entre los espectadores como cuando va en persecución de su propio sombrero. Para alcanzar un sombrero que vuela se requiere mucha frialdad y un grado especial de discernimiento. Uno no debe precipitarse, pues corre el peligro de pisarlo; pero tampoco debe quedarse quieto, porque entonces lo más probable es que lo contemple perderse en la lejanía. En este caso, el vendaval se llama coronavirus. Y el cubrecabezas que usa nuestro ex-ministro de Sanidad luce en su badana la marca Tezanos. El viento ha lanzado a rodar al famoso y supuesto «efecto Illa» y nadie sabe dónde irá a parar. El sombrero puede caer incluso en una cabeza que no sea la de Salvador.
Cataluña es un lugar muy pequeño, donde nos conocemos todos. A través de meros cotilleos, sabemos de las diversas capacidades morales de cada uno, aunque no podamos llevarlos ante un tribunal por falta de pruebas. Lo mismo sucede cuando encontramos un espécimen irreprochable. Salvador Illa es un tipo agradable y es buena gente. Pero no parece que pueda poner en su sitio al independentismo ni que tenga la energía necesaria para plantarse ante él. Lo demuestra la blandura conque acepta unirse al falso relato catalanista sobre que media Cataluña no reconoce a la otra media independentista. Y eso no es cierto. Media Cataluña acepta y reconoce que la otra media pueda creer que nos iría mejor independizados de España, aunque esté en desacuerdo con esa teoría. Las creencias al fin y al cabo son libres y respetables. Lo que media Cataluña rechaza es que los independentistas quieran imponer esas creencias saltándose la ley. Si atendemos a eso, el argumento de Illa del «reconocimiento mutuo», con el cual pretendía fijarse la corona regional en la cabeza, cae por su base. Y, escuchando su blanda indulgencia para con ese argumentario falaz, los catalanes nos preguntamos si su energía para contraargumentar es la necesaria o más bien hubiera sido una ostra notable y extraordinaria de haber llegado a nacer en tal forma de vida.
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