Política

La campaña de la desunión

Los movimientos populistas tienen poco porvenir en España. Aquí la gente está por la moderación

La campaña catalana ha servido, sobre todo, para intensificar las contradicciones en el seno del Gobierno español, agudizar las diferencias, aparentemente insalvables, entre los partidos nacionalistas y poner de relieve la suicida competencia, a cara de perro, entre las distintas fuerzas de la derecha cuando más falta hacía un frente común. La coincidencia de esta peculiar campaña, buscada o no, con el «caso Bárcenas» y la discutible manera de hacerle frente por parte de Pablo Casado han agitado el avispero del Partido Popular y reabierto heridas sin cicatrizar desde la caída de Rajoy. Los resentidos y los frívolos del partido se encargan de esparcir sin dar la cara sus maliciosas críticas en los medios. Los cronistas de la prensa gubernamental hacen horas extra. Así acabaron los del sector crítico con UCD. Esa panda de políticos zascandiles y enredadores son como termitas y no escarmientan.

En todo caso, lo que ocurra el día de San Valentín en Cataluña no es en absoluto trasladable al mapa electoral de España, como algunos se empeñan en airear. Nada que ver. El hecho de que Vox, por ejemplo, haciendo involuntaria o voluntaria pinza con el «sanchismo», que lo viene utilizando de ariete contra el PP, levante cabeza en estas elecciones regionales, no va a impedir el descenso que le auguran todas las encuestas en el resto de España. Parece comprobado que las fuerzas extremistas –UP y Vox– están irremediablemente de capa caída, lo mismo que Ciudadanos por otras razones. Todas ellas acostumbran a disfrutar de un momento de esplendor, un fogonazo luminoso, y luego se apagan. Afortunadamente los movimientos populistas tienen poco porvenir en España. Aquí la gente está por la moderación. Por eso Cataluña se está volviendo ingobernable. Esa es la perspectiva más inquietante la víspera de la jornada de reflexión.

Pero, como digo, esta confrontación electoral ha servido, antes de nada, para poner de manifiesto de forma ostensible las contradicciones existentes dentro del Gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez. Las estruendosas declaraciones del podemita Pablo Iglesias sobre la calidad de la democracia española, su alineamiento con Putin y su empeño en que los políticos catalanes condenados por la Justicia, con todas las garantías, son presos políticos, sobrepasan todos los límites. Iglesias es ya un incordio insoportable en la mesa del Consejo de ministros. El Partido Socialista sabe que no puede seguir siendo cómplice de semejante actitud antidemocrática.