Elecciones catalanas

Final del juego

Las elecciones que mañana se celebran en Cataluña determinarán el final del juego de la independencia que se inició hace más de una década

Aunque no estoy muy seguro de ello, las elecciones que mañana se celebran en Cataluña determinarán el final del juego de la independencia que se inició hace más de una década con la consulta de Arenys de Munt, se aceleró con la del 9-N de 2014 y alcanzó su cénit tras años más tarde en el referéndum del 1-O, del que emergería la efímera declaración del 27 de Octubre. Lo que vino después ha sido la crónica de un fracaso, del Estado, primero, y de los partidos políticos catalanes, después. El revés de Rajoy con su intervención de la autonomía y su obcecación en la capacidad resolutiva del Tribunal Constitucional —como si el asunto a dirimir fuera cosa de los abogados del Estado—, fue notorio. Lo demostraron las elecciones ulteriores que, lejos de asentar la gobernabilidad de la región dentro del marco constitucional español, la convirtieron en una algarabía de discordias —nacionalistas y no nacionalistas— que hizo de sus instituciones unos espantajos incapaces de dar cauce a las soluciones políticas que reclamaba el momento. La convocatoria de mañana —envuelta en las dudas que la epidemia suscita acerca de su eventual «normalidad»— no ha sido sino el colofón de tanta ineptitud.

Pero lo que ahora importa es lo que llegará tras los comicios. Cierto es que si la división que exhiben los partidos nacionalistas y constitucionalistas se refleja en la composición de la Cámara autonómica, sin que uno de ellos alcance el respaldo suficiente para dominar una mayoría, puede ocurrir que no se salga del impasse actual. Pero también es probable que, si el nacionalismo reúne suficientes apoyos, se retome rápidamente el camino de la independencia y, con él, España se adentre en una senda de fuerte inestabilidad política. Ese camino se bifurca en dos sendas —la del hecho y la del pseudo-derecho— que tienen valedores en las principales fuerzas separatistas. Pero para ninguna de ellas está preparado el gobierno español; y es dudoso que sea capaz de reunir la suficiente voluntad política como para afrontar su reto. El final del juego puede llevarnos así a la catástrofe.