Elecciones catalanas

Ante el 14 de febrero

«Si el secesionismo se sale con la suya y forma gobierno, podemos esperar más de lo mismo otra vez»

Teresa Freixes

La Generalitat de Cataluña nos comunica ahora que el 99,9% de las mesas electorales van a estar cubiertas mediante el sistema de suplentes establecido en la Ley electoral, por lo que se aleja el fantasma que había aparecido en el horizonte alrededor de la noticia previa consistente en afirmar que como muchas mesas no se iban a poder constituir por la renuncia de sus componentes y en esos colegios electorales se tendrían que realizar las votaciones a las 72 horas, no íbamos a conocer los resultados electorales hasta que estas subsiguientes votaciones no se hubieran producido. Vamos de sobresalto en sobresalto y, muchos, como ese que acabo de describir, nos los podríamos ahorrar con una mejor gestión y comunicación sobre la realización de las elecciones de este próximo domingo por parte de sus responsables.

Ciertamente, las cosas no van a ser fáciles. Al miedo a la pandemia se le superpone el temor a que todo cambie, al gatopardiano modo, para que todo siga igual. Según sondeos diversos, las espadas están en el aire y puede que no sea fácil llegar a formar gobierno una vez realizados los comicios. Algunas voces ya comienzan a vislumbrar una repetición de las elecciones… Pero no adelantemos acontecimientos y pensemos que podemos encontrarnos ante varios escenarios.

Uno de ellos es el de la práctica repetición de lo que hay: un triunfo en escaños, que no en votos, según parece y ha sucedido en repetidas ocasiones, del secesionismo. En la ecuación que lo describe podría ser que, por segunda vez, un partido no secesionista fuera el más votado: en las pasadas elecciones lo fue Ciudadanos y puede que en éstas lo sea el PSC, lo cual en abstracto no es un mal dato; ello dibuja a su vez, distintas posibilidades, dentro de las cuales y pese al pacto escrito por los partidos secesionistas para no formar gobierno con los socialistas, podríamos estar ante la formación de un nuevo «tripartito» PSC-ERC-Comuns (no olvidemos que en otro contexto el principal candidato a presidir el Gobierno de España afirmaba que no podría dormir si tenía que formar gobierno con Podemos… y no nos consta que el actual Presidente español sufra de insomnio). Muy difícil está el escenario consistente en un acuerdo o pacto entre todo el arco no secesionista, aunque ello sería la opción por la que se decantarían la mayor parte de los países de nuestro entorno.

La mayor parte de los estados de la Unión Europea tienen gobiernos de coalición. En eso nos parecemos, aparentemente. Porque normalmente, los gobiernos se forman entre partidos afines y, sobre todo, entre partidos que respetan el marco constitucionalmente establecido y que no van proporcionando sobresaltos a quienes no pretenden destruir el sistema. Sería inconcebible que, en Alemania, en Dinamarca, en Francia, en Italia o, incluso, en Bélgica, un vicepresidente del gobierno lanzara dardos contra su propio país, cuestionando la democracia reconocida por todas las instancias internacionales fiables.

Normalmente, para el establecimiento de las coaliciones, las fuerzas políticas comparan sus programas, para determinar en qué son compatibles, en qué podrían llegar a acuerdos plausibles y cuáles son las diferencias no irreconciliables que existen entre ellas. Y cruzando los resultados acuerdan o no los pactos y/o los gobiernos a formar. Ello tendría que ser lo normal, y lo deseable, aquí y ahora, para dar estabilidad a una ciudadanía que bastante maltrecha está con la pandemia y que tiene, además, que aguantar las inconsistencias y los descalabros que, en nuestro caso, derivan de la acción conjunta de populismos y secesionismos.

En este contexto, Cataluña, como se viene diciendo, precisa de un cambio. Lo necesita más que nunca y, para ello, el electorado no secesionista tiene que volcarse en las urnas. Es una mayoría, que se ha constatado repetidamente, por lo que podría darse el caso, según cómo juegue la abstención en las distintas circunscripciones, que unos pocos votos, bien situados, le dieran el triunfo también en escaños. No olvidemos que, en las circunscripciones de Lleida y Girona, el voto tiene un valor 2,4 veces mayor que en la de Barcelona. Eso, que en Estados Unidos fue declarado inconstitucional por el Tribunal Supremo, por provocar la degradación del sufragio, es inamovible en nuestro caso, puesto que para cambiarlo se necesitaría aprobarlo mediante 2/3 de los votos del Parlamento de Cataluña (otra barbaridad, que degrada la democracia, por más que ello fuera aprobado por una gran mayoría en ese parlamento).

Si, finalmente, el secesionismo se sale con la suya y forma gobierno, podemos esperar más de lo mismo otra vez. «Ho tornarem a fer» (lo volveremos a hacer) dicen sus corifeos, a pesar de que saben que la independencia, en el contexto europeo, es imposible. Lo saben, pero movilizan a su electorado con esa «ensoñación» (palabras del Tribunal Supremo) porque, a sabiendas de que persiguen un sueño, utilizan ese deseo mal descrito y a todas luces deteriorado en la experiencia de 2017, para intentar lo que de verdad pretenden desde que decidieron que era necesario «catalanizar Cataluña». Es decir, de hecho, no buscan la independencia, sino que lo que buscan es la dominación.