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Opinión

Toque de queda

La expresión se remonta a la Edad Media. La campana sonaba para proteger a los habitantes de los peligros que tenía la noche. Pero más allá de los riesgos que podían llegar desde fuera: asesinatos, robos, invasiones… el peligro más grande era el fuego en el propio hogar. Las casitas estaban construidas de madera y el fuego era el único medio que tenían para calentarse y cocinar. Así que, para evitar que por la noche se produjeran incendios, se daba un toque de queda o de ánimas, para que todos los habitantes apagaran las luces y la ciudad quedara en quietud. El sentido era pues toque para la queda, para la calma. Qué hermoso cuento, me alivia solo el pensarlo. Pensarlo sin cavilar qué ocurriría dentro de esas casas. Porque tal vez lo que había no era quedo, y sí perturbador, incluso violento. Las casas solo protegen cuando los que las habitan se respetan a sí mismos y a los convivientes. Mientras escribo esto, la mañana de San Valentín, enfilada hacia un final sin ánimo, me llega un mensaje de amor inesperado. Es un poema de Paul Éluard titulado «Toque de queda», y pienso que a veces en las casas ocurren cosas mágicas, emocionantes, aunque lleguen de fuera. Así que cambio el final de este artículo por: «Que íbamos a hacer, la puerta estaba bajo guardia. Que íbamos a hacer, estábamos encerrados. Que íbamos a hacer, la calle habían cerrado. Que íbamos a hacer, la ciudad estaba bajo custodia. Que íbamos a hacer, ella estaba hambrienta. Que íbamos a hacer, estábamos desarmados. Que íbamos a hacer, al caer la noche desierta. Que íbamos a hacer, teníamos que amarnos».

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