Pablo Hasel

La política como puesto de trabajo

«Mucha gente de la izquierda radical ha comprobado que Podemos es una gran agencia de colocación para los amiguetes»

Un aspecto pernicioso e inquietante de la deriva que sufre la política es su conversión en una agencia de colocación para conseguir un buen puesto de trabajo. La aspiración de algunos políticos es que sea indefinido. Hay partidos que asaltan las administraciones sin ningún rubor colocando, como ha hecho Pablo Iglesias, a todos sus amigos y compañeros de viaje. Es un concepto patrimonialista, muy español, de acceder a la función pública sin necesidad de hacer una oposición. Esto hace que el nivel y formación sea muy bajo. Los que venían a regenerar la vida política se han apuntado al nepotismo y el enchufismo de toda la vida. Es decir, el cargo no es un servicio público, sino una prestación personal que se recibe a costa del Estado por el único mérito de haber conseguido el poder. El líder y el aparato del partido actúan como una agencia de colocación masiva donde el principal mérito exigible es la lealtad ciega. Estamos ante un efecto no deseado de la democracia, pero que parece irreversible. Ahora se confunde la legitimidad obtenida en las urnas como una autorización para ejercer el «colocamos a todos» que sufrimos desde hace tiempo.

El resultado de las elecciones catalanas es la muestra más reciente. La desaparición del concepto de responsabilidad política hace que Carlos Carrizosa pierda 30 diputados y baje a 6, y Alejandro Fernández se quede con 3, aunque en un rasgo de genialidad es el único parlamentario del PP, pero ninguno consideran necesario dimitir. Menuda tontería deben pensar, porque no están dispuestos a renunciar a sus puestos de trabajo. La composición del gobierno de España muestra que los representantes de Podemos han tenido un ascenso social como nunca se había visto. No hay un caso igual. El concepto de mérito y capacidad, que con gran acierto recoge nuestra Constitución, se ha visto sustituido por el amiguísimo de los camaradas de la barra del bar de la facultad, las asambleas antisistema y los centros de okupas.

Mientras tanto, los violentos toman la calle con total impunidad mientras los camaradas de la barra del bar les aplauden con gran fervor. Y, además, las autoridades políticas independentistas que controlan los Mossos tienen que ir con cuidado no sea que las CUP se molesten y sea imposible formar gobierno. Y con ellos tendríamos repetición de elecciones. Un síntoma de la crisis institucional que vivimos se constata con esa actitud irresponsable de Iglesias y sus camaradas apoyando al caradura de Hasel y sus violentos defensores que se dedican a la destrucción y el robo. Al final se trata de recuperar terreno en la calle, porque mucha gente de la izquierda radical ha comprobado que Podemos es, sobre todo, una gran agencia de colocación para los amiguetes. Esto hace que los jerarcas podemitas quieran volver a la conflictividad social y las reivindicaciones disparatadas para que parezca que no son el sistema.

El grado de crispación y conflictividad que sufre la política ha venido de la mano de Podemos. Hemos entrado en una nueva etapa donde se busca la destrucción de rivales, periodistas y cualquier tipo de disidentes. Es muy sintomático que todo valga en aras de mantenerse en el poder. No hay indignidad, mentira o insinuación que no se pueda utilizar contra la oposición, pero también contra sus compañeros en el gobierno. Todo sirve en esta estrategia de libelos y panfletos impulsada por Iglesias y ejecutada por sus colaboradores. Al principio tiraba la piedra y escondía la mano, pero se ha sacado la máscara y con una enorme arrogancia y soberbia utiliza la tribuna del Congreso para marcar su hoja de ruta en su objetivo de someter a los medios de comunicación.

Pedro Sánchez no lo tiene fácil, porque no puede romper el gobierno y tiene que tragar con los despropósitos de su socio preferente. Lo malo es que incluye la campaña de acoso, descarnada y ofensiva, contra los ministros y altos cargos socialistas. Es muy duro asumir que los amigotes de Hasel, que llegaron del bar de la facultad, ahora se comporten como una horda de arrogantes radicales desde los ministerios. Y día tras día salen los antisistema azuzados por Podemos con la excusa de defender a Hasel ofreciendo una imagen lamentable de nuestro país. Este es el otro problema grave que afrontamos ante la recuperación, porque un gran país como España no se merece a los comunistas en un gobierno de coalición que está apoyado, además, por independentistas y los bilduetarras. Este es el entramado que quiere controlar Iglesias para ser imprescindible con Sánchez.

Hay que poner estos disturbios en su auténtico contexto. No es algo espontáneo, sino que está movido por Podemos y sus terminales. Le sirven para que sus votantes más radicales estén motivados y se olviden de que los altos cargos y asesores, encabezados por Iglesias, ocupan despachos confortables y viven como burgueses. La realidad es que el botarate de Hasel es el tonto útil que sirve a los intereses del vicepresidente y su equipo, que son mucho más listos que el pretencioso rapero. Al final, los comunistas tienen su propia élite, siempre y sin excepción, que son profesionales de la política y lo único que les importa, como buenos pijos de clase media y alta, es la confortabilidad de la casta comunista, como en los tiempos universitarios, subvencionados por sus papás mientras planificaban la revolución en el bar de la facultad. Este es el problema de estos jóvenes airados que gritaban «no nos representan» hasta que por fin se han colocado sin necesidad de hacer una oposición o trabajar. Esta es la revolución de los Hasel, que se dedican a insultar y promover el odio, de los estómagos agradecidos al gran líder, los independentistas que quieren destruir nuestro país, los que utilizan panfletos y libelos y los que salen por la noche para robar en tiendas y destruir el mobiliario urbano. Esta es la España del futuro que ofrece el pensador Iglesias.