Moción de censura

Un mundo de políticos fungibles

Se refiere a los políticos, claro, que son desechables, intercambiables, mutantes. Hoy están aquí y mañana allí, al viento de la encuesta

Me topé con la palabreja y me quedé turulato. «Fungible». Vaya, pensé, otro debate identitario, sexual y muy progresista del que me quedo al margen porque no me da el marco conceptual. Pero no. Lo busqué en el diccionario y encontré: «Cuando un bien fungible se consume, puede ser reemplazado por otro de idéntica calidad». Ah, bueno. Se refiere a los políticos, claro, que son desechables, intercambiables, mutantes. Hoy están aquí y mañana allí, al viento de la encuesta. Giran como veletas de colores, traman mociones para desalojarse, se dan codazos y se ponen ojitos porque da igual dónde, mientras sea yo. Cambian de competencia, de provincia, de planeta. No importa la capacidad, da igual la preparación para el cargo porque no importa el cargo, solo importa el ser en el cargo. Y como el ser lo tenemos todos, pues mejor quítate tú para ponerme yo.

Esta es la principal lección que he podido aprender acerca de este terremoto con epicentro en Murcia (y pensábamos que 2020 era raro), que se ha convertido en un baile de caras, encuestas, mociones, traiciones y desconfianza. Pactos que los ciudadanos miramos perplejos y que culmina con nada menos que un vicepresidente del Gobierno dejando el cargo. Una estrepitosa renuncia, una aventura política y sea buena o mala estrategia, es un movimiento que solo se explica por el poder, al fin y al cabo. El ser en el cargo.

Después, más tarde, vi que lo de fungible se refiere al arte. A un tipo nuevo de arte digital, para ser mas específicos. El otro día batió todos los récords en subasta una obra que se contiene en un jpg y que no es más que el fruto de una combinatoria de muñecos. Una yuxtaposición de ilustraciones que parecen generadas automáticamente, como los fondos de escritorio, que ha costado 69 millones de dólares. Una sucesión de 5.000 imágenes sin mucho interés (véanla, esto no es «una opinión») que, por supuesto, es pirateable y cualquiera puede fabricarse en casa si tiene estómago para contemplarlas, imprimirlas o lo que quiera hacer con ellas. Es decir, que la obra podría copiarse infinitas veces sin notarse la diferencia, como pasa con los políticos, los de Murcia y los de Madrid. También un grupo de música, Kings Of Leon, ha hecho algo parecido con su nuevo disco. El álbum lo tiene todo el mundo que quiera (aunque en realidad ya nadie lo quiere tener porque casi nadie les escucha) pero solo hay una persona que pueda poseer EL disco. Tratan de acreditar que una obra de arte es única y genuina con un certificado, pero la gran ironía es que, en realidad, solo el certificado es lo original. Todo lo demás, especialmente las jugadas políticas, lo hemos visto ya un millón de veces. Y cansa.