Comunidad de Madrid

Madrid, motor económico de España

Terremoto político, tsunami de confabulaciones intrincadas y maléficas, confusión de confusiones… De esas y otras maneras se califica el maremágnum organizado por la movida de Isabel Díaz Ayuso al convocar elecciones para el 4 de mayo en la Comunidad de Madrid. Seguida que fue esa convocatoria por la extraña decisión de Pablo Iglesias, a las pocas horas, de autocandidatarse a fin de “luchar contra la ultraderecha de Ayuso y conseguir Madrid para las izquierdas”.

Estamos ante lo que puede ser un punto de inflexión de la política española. Pues sea cual sea el impacto del terremoto, tsunami o confusión, parece claro que después del episodio electoral vendrán unas elecciones generales. Para reacomodarse Sánchez en La Moncloa, tras lo más duro de la etapa pandémica.

En este artículo no vamos a entrar en el posible guion de la película de toda una pelea electoral en ciernes, sino que vamos a apreciar dos hechos importantes. Primero, que el federalismo español, sui generis, ha arraigado en la dinámica política española, de modo que los resultados electorales en una comunidad concreta tienen ya una importancia de la que carecían en los años 80 o 90 del siglo pasado.

Segundo punto, y más importante aún, es la idea de que Madrid constituye el motor económico de España, y no le debe ya su fuerza económica a la capitalidad. En ese sentido, estamos muy lejos ya de los tiempos en que Román Perpiñá Grau (1935) se refería a “un Madrid casi en medio de la nada”, rodeado de una inmensa areocora, una zona de baja densidad demográfica y productiva: un centro desolado, unido radialmente a las mayores densidades económicas de la periferia: Cataluña, Valencia, Andalucía, el propio Portugal, Galicia y País Vasco. Madrid no pasaba, pues, de ser un centro político y administrativo, con los ferrocarriles radiales: los trenes en dirección a la capital iban llenos de productos, en tanto que circulaban prácticamente vacíos, sin fletes de retorno, a la periferia.

Todo eso ha cambiado radicalmente, y en una provincia de 8.000 km2, Madrid tiene en torno al 20 por 100 del PIB del país. Vis à vis una Cataluña, antes la región más dinámica, que con 30.000 km2 se sitúa en segundo lugar; a pesar de su población de 7,5 millones de habitantes, por encima de la Comunidad de Madrid, con 6,6 millones. La gente que tantas veces simplifica, lo ve muy claro: “el trabajo está en Madrid”. Y en esta época de pandemias, un dato muy reciente y de lo más esclarecedor: en el cuarto trimestre de 2020, el PIB de Madrid creció un 4,5 por 100, en tanto que el de la provincia de Barcelona bajaba un 0,5.

Madrid está en fuerte crecimiento demográfico, tiene un peso máximo de ingresos fiscales dentro de la nación, superando a todas las demás comunidades en transferencias netas al resto de las CC.AA. Como diría un cínico madrileño: “No robamos a nadie, sino, por el contrario, transferimos mucha renta”. Con muestras muy claras de menor presión tributaria y alta competitividad fiscal.

Madrid es también, con mucho, la principal perceptora de las inversiones extranjeras, año a año. Y su potencial de futuro crecimiento se trasluce en sus actuales anillos de tráfico: M-10, los bulevares; M-20, las rondas; M-30, la última autopista urbana que hizo Franco; con las M-40, M-45, M-50 como autopistas circulares de la democracia. Y ya con las trazas previstas para la M-60, e incluso la M-100. Además de las controvertidas radiales.

Todas las observaciones cuantitativas hechas hasta aquí, resultan harto explicativas. Como lo es también el hecho de que de las 35 empresas del Ibex-35, 26 tienen su sede en Madrid. Y que los cuatro bancos principales, aunque tengan sus juntas generales en Bilbao, Santander o Valencia, mantienen sus sedes operativas en la capital; con verdaderas ciudades financieras, como es el caso de los dos primeramente citados.

Adicionalmente, los grandes empresarios multinacionales de España –personificados societariamente en ACS, Ferrovial, Acciona, FCC, Sacyr OHL, etc.—, se mueven en Madrid y tienen su presencia activa en todo el mundo; con una balanza de servicios en la cota de 60.000 millones de euros de actividad exterior en 2019.

En resumen, quien políticamente mande en Madrid dominará en España. Por eso, en las elecciones del 4 de mayo de 2021, la cuestión económica y social va a ser fundamental. Porque no se trata de montar un número ideológico de protestas e ineficiencias permanentes, como si se continuara en una oposición, y con arengas maximalistas propias de modelos de trasnochados de contradesarrollo. Muy al contrario, hay que seguir creando mayor riqueza, repartiéndola mejor, para tirar, en el mejor sentido de la expresión, de toda una nación mucho más unida y con un horizonte más despejado que el actual.