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Pablo Iglesias

Dígame, señor Iglesias

Cuando usted, ya sin coleta, hopperiano, disidente del viejo progresismo cinematográfico, luminoso en escena y recatado de pelo, habla de periodismo crítico, ¿a qué se refiere?

Estimado señor Iglesias:

Sirvan de entrada estas líneas para reconocer mi admiración por la coherencia con la que ha oficiado la liturgia de su salida de la política, aunque en el fondo subyace una duda que luego le plantearé.

Pero, insisto, convertirse en una suerte de modelo de Edward Hopper –¿«Hombre liberado con libro» podríamos titular el cuadro?– con perfiles mediterráneos y matices de luminosidad que recuerdan a Sorolla, está en ajustadísima sintonía con la forma en que ha ejercido su política: brillante en lo formal, cuidada en lo estético, clara en el mensaje, levemente agitadora en el propósito y casi absolutamente carente de profundidad, distancia y recorrido. Las fotografías de Dani Gago son de intensa plasticidad y tienen una fuerza admirable. También en eso mantiene Iglesias su línea de actuación y pública presencia. Todo era estético, todo era fuerza en el gesto y la palabra y escasa acción en la política, bien por las lamentables limitaciones que el sistema democrático impone al ejercicio del poder, bien por la complicación inesperada de que ejercer una responsabilidad de gobierno obliga a duros trabajos y anchas renuncias.

Valoro y aplaudo, señor Iglesias, su honesta precisión envuelta en el arte de Gago.

Luego está la pose.

A fuer de ser sincero, he de reconocerle que me ha resultado muy grato que el libro escogido para la representación sea el irreverente «Me cago en Godard» de Pedro Vallín. Tengo ganas de echármelo a la cara por el buen pálpito que me llega de la gente que lo conoce, pero, sobre todo, porque me malicio que me va a servir de enorme consuelo intelectual y hasta anímico, en tanto yo soy uno de esos renegados que se tragó todo el cine europeo de los setenta –cuántas cabezadas en los Alphaville–, jurando que había vibrado de emoción con «El séptimo sello», cuando en realidad lo que me gusta es el cine yanki de acción. De modo, que no puedo sino guardar gratitud por lo sugerente de su propuesta intelectual.

Tengo entendido, porque se lo ha contado Vallín a Carmen Juan en Onda Cero, que las fotos de Gago le llegaron por iniciativa de usted, como una suerte de reconocimiento al autor y su obra. Y que ante la evidencia del impresionante cambio estético, le propuso escribir unas líneas en su periódico para alumbrar el nuevo tiempo estético y quizá ético.

Se corta usted el pelo justo en el momento en que abandona la política. Dicen que quería hacerlo antes, pero le disuadieron sus consejeros o estrategas, o sus amigos, quizá eso no importe demasiado, para que no lo hiciera, puesto que la coleta primero y el moño después eran la representación gráfica –fíjese, de nuevo la estética– de una presencia heterodoxa y rompedora entre las alfombras y los salones del poder. Visto así, el pelo largo recogido en cualquier modalidad, era la marca de que alguien diferente había tomado un territorio que hasta entonces le había sido negado; no diré los palacios de invierno, pero al menos los salones burgueses. Si prescindía de esa prolongación capilar no sólo hacía desaparecer esa marca, sino que estaría emitiendo señales de haber cedido ante la presión del entorno, o, aún peor, haberse convertido en uno de ellos. Si me permite la consideración, señor Iglesias, la verdad es que si se hubiera cortado el pelo como quería tampoco habría pasado nada. Primero, porque la entrega y lealtad del público y entorno que le han ido quedando, ha demostrado mantenerse a prueba de cualquier clase de terremoto o tentación burguesa: se lo admiten absolutamente todo. Incluso hubieran aceptado que se cortara la coleta. Pero, además, era una precaución innecesaria ante el resto del personal, para quien ha sido evidente que el paso por el poder le estaba cambiando profesional y personalmente desde el principio. Que se quitara la coleta le hubiera parecido perfectamente coherente a esa otra parte del foro.

Y luego está lo de su intención futura. Dice querer volver a la enseñanza y aventura ocupaciones en lo que llama periodismo crítico. Hay quien deja caer la especie de que se corta el pelo para dar mejor en la tele. Yo no lo creo. Estoy de verdad convencido de que tenía ganas de hacerlo, como las tenía también de dejar el ruedo político en lo que tenía de exposición y arduo trabajo.

Solo hay una cosa que me inquieta. En la línea, además de coherencia que aplaudía al principio de esta carta. Cuando usted, ya sin coleta, hopperiano, disidente del viejo progresismo cinematográfico, luminoso en escena y recatado de pelo, habla de periodismo crítico, ¿a qué se refiere? Con sus antecedentes de agresión verbal a los periodistas críticos con su labor o su partido, ¿cabe pensar que esa crítica sólo se ejercerá contra los adversarios? ¿Su concepto de periodismo crítico es que lo sea con el poder siempre que no lleve la bandera de la izquierda? ¿O será su periodismo crítico justiciero con la prensa que critica donde no debe hacerse?

En la certeza de que no me resolverá la duda, pero satisfecho de haber podido exponérsela, se despide, atentamente,

Juan Ramón Lucas, periodista crítico.

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