Política
La solución
En una falacia más, para huir de sus responsabilidades, Sánchez, distorsionador del pasado y manipulador del presente, anuncia un futuro inevitablemente vacío
Al cabo de unos pocos días de vida, la «Carta Magna» del escapismo corre el peligro de envejecer rápidamente, tanto que exigirá nuevas ediciones antes de lo previsto. «España 2050. Fundamentos y Propuestas para una Estrategia Nacional de Largo Plazo», la obra excelsa de decenas y decenas de expertos y especialistas, trabajando exhaustivamente durante un año, parece algo extraordinario. Reunir tal cantidad de esforzados descubridores del futuro resultaría tarea ímproba para cualquier gobierno, en todo lugar y ocasión; pero en un país donde esos gobernantes eran incapaces de proveer a la población de algo tan «complejo» como las mascarillas, este éxito futurista sobrepasa toda ponderación. Más aún cuando otro «comité de expertos» fue incapaz de aportar propuesta alguna para poner un mínimo de orden en la gestión de la crisis sanitaria y, ya de paso, presentar cifras creíbles de víctimas.
En España abundan dos categorías socioprofesionales, los chapuzas, discretísimos a la hora de disimular sus títulos, y los expertos o especialistas. Estos últimos muy dados a resaltar su condición. Puede llegarse al extremo de considerar especialista, por ejemplo en el género epistolar, a algún individuo cuyo mérito sea el de haber escrito una carta a su señora madre para quejarse de la dureza extrema del servicio militar. Más de cien próceres académicos, laborando conjuntamente por el porvenir de los españoles, es una cifra muy respetable; dada nuestra secular disposición a trabajar en equipo. Nunca les agradeceremos bastante que, con su saber, nos hagan elegir acertadamente la opción adecuada en todos los puntos Jonbar del itinerario a recorrer. Tendremos un seguro de viaje con numerosas propuestas y ocurrencias, en 676 páginas, que podrían reducirse a la décima parte, sin pérdida de contenido y mayores ventajas para su uso.
España 2050, según Sánchez, será un proyecto colectivo para «definir qué país queremos ser dentro de treinta años». Tal proposición ha sido recibida con lógicas diferencias de interés y entusiasmo. El 20 por 100 de los ciudadanos parecen algo escépticos, entre otras cosas porque para entonces ya no serán. Seguramente prefieren, aunque habrá que ver las encuestas del CIS, una política más acorde a la realidad desde el presente. No por insolidaridad con los más jóvenes, sino para poder alcanzar el futuro posible.
Estamos ante un conjunto de eufemismos difícilmente rechazables. Un voluntarismo evanescente impregna esa especie de camino de perfección. Llama el presidente a un gran Diálogo Nacional. Curioso ejercicio pues debe entender lo nacional reducido a él, sus amigos y los de su pueblo. Nadie se habrá distinguido más por establecer «cordones sanitarios», intentando aislar de la capacidad de interlocución a quienes no acepten su personal y errática cosmovisión. Lo mismo podría decirse de la invocación a recuperar el espíritu de la Transición, al que ha combatido con denuedo. Critica las diferencias fiscales entre comunidades, pero le importa poco que su política tienda, día tras día, a incrementar el desequilibrio entre las distintas partes de España.
El catálogo de cuestiones a resolver incluye los problemas de la educación, la demografía, el paro, el incremento de las desigualdades, el elevado riesgo de pobreza, la inmigración, el cambio climático y otra serie de amenazas como la creciente sequía y desertización, sin atender a la responsabilidad de quienes abandonaron el Plan Hidrológico Nacional. Hace falta, dice, una política de Estado, y no hay duda de esa necesidad; basta con fijarnos en nuestra actuación internacional (Gibraltar, Marruecos, …) En todos los campos se requiere superar la desorientación y el caos que genera hacer un día lo contrario de lo anterior. Hay que mirar lejos, se acabó el cortoplacismo, proclama el estratega de hoy, y para ello nada mejor que apuntar tres décadas más adelante. Hay que recuperar el optimismo y la fe en el progreso. Eso viene a ser el anuncio de la jornada semanal de 35 horas, la herencia universal(?) ... En una falacia más, para huir de sus responsabilidades, Sánchez, distorsionador del pasado y manipulador del presente, anuncia un futuro inevitablemente vacío. A este respecto desprecia la advertencia de Shin Chae-Ho, «no hay futuro para la gente que olvidó su historia»; o la muy similar de W. Churchill, «una nación que olvida su pasado no tiene futuro». En ausencia de utopías ilusionantes y de ucronías, con un tiempo sin tiempos, la distopía impulsa a la nada.
No creo que el atareadísimo presidente del gobierno haya tenido oportunidad de leer la obra de Anatole France Sur la pierre blanche, subtitulada Meditación novelada sobre la caída de los Imperios y sugerente utopía futurista. ¡Lástima! Pues de haberlo hecho podría haber evitado parte del trabajo de nuestros expertos. En su obra Anatole France ampliaba el plazo de Sánchez, hasta el 2270, quizás porque su empresa venía a ser más ambiciosa. Para esa fecha hablaba de unos Estados Unidos federales mundiales y concluía su relato dibujando un futuro social-comunista, donde las jerarquías y desigualdades habrían desaparecido. Hombres y mujeres serían iguales, no existiría el paro y el trabajo, muy liviano, permitiría disponer de un tiempo para instruirse y aprender. En tal largo recorrido y con tan grandes cambios la Humanidad podría desaparecer, pero daría como resultado otra especie tal vez más inteligente. Puestos a elegir la oferta del novelista francés parece más sugerente que la del gobierno español.
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