Feminismo

La muerte del feminismo

Con la ley trans de Montero ya no habrá desigualdades porque no hay género

El próximo martes la Iglesia celebra el día de San Pedro y San Pablo, el santo del que esto escribe, que podría ser Petra si ese día me da por ver en el espejo que el tacón me va, no sé, que el cerebro se licua en neutro o femenino, que no creo, pero quién sabe si detrás de la mascarilla después de un año lo que parecía barba es ahora esmalte de uñas. Que vemos al ministro Ábalos, así, como de machirulo, y a saber cómo sale de la próxima cita del Ejecutivo. El Consejo de Ministros aprobará la ley trans y permitirá la autodeterminación de género, que para eso no hace falta referéndum, va uno mismo y elige si quiere ser pañuelo al viento o férreo mástil, o sea, tanto «procés» para que Puigmedemont encima pueda ser Carla y atravesar los Pirineos sin peluca porque bastará que al ex president se le ponga en su cremallera. Dirán ustedes que se trata de una exageración, una tonta hipérbole de lo que sucederá, porque ni seré Petra ni Carles, Carla, aunque «nadie es perfecto», como inmortalizó Billy Wilder. ¿Verdad, Ábalos? Puede. Lo que sí se firmará en el Consejo de Ministros es la muerte del feminismo porque cuando se pueda ser hombre, mujer o viceversa, según el deseo individual de la persona, ¿dónde empezamos a evaluar las desigualdades «de género», que es la esencia misma del feminismo? Que una cosa es reconocer el derecho a cambiar de sexo a todos los efectos, faltaría más, que diría en una de sus clásicas escenas José Sazatornil, y otra, esta comedia «neowoke» que se nos viene encima. Tantos siglos de reivindicaciones para que a las históricas del movimiento les llegue una ministra de Igualdad no ya a romper las costuras del lenguaje sino a reventar las fajas de todas las que hicieron del feminismo su razón de ser, de amar, de escribir o de pintar. Quedamos a la espera de cómo vende el acuerdo Carmen Calvo, la gran detractora de esta ley que echará a andar en carroza, la del Orgullo Gay que está al caer. «Esto sí que es a la madrileña, que cada uno sea lo que quiera», podría decir Irene Montero, pero si un presunto maltratador se dice mujer, ¿qué hacemos? ¿Llamamos a «Sálvame»?