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Tomás Gómez

Sánchez, el no amado

El presidente se ha dado cuenta de que su futuro depende de sí mismo y que, a pesar de las encuestas, el PP sigue sin encontrar su hueco

Pedro Sánchez intenta volver a empezar de cero sacrificando a su equipo de confianza. Se ha dado cuenta de que su futuro depende de sí mismo y que, a pesar de las encuestas, el Partido Popular sigue sin encontrar su hueco.

Pablo Casado es el líder menos carismático que ha tenido desde los remotos tiempos de Hernández Mancha y, en política, para que caiga un gobierno la condición necesaria es que este se desgaste, pero la suficiente es que exista una alternativa.

Sánchez se ha agarrado a una operación de cirugía muy invasiva que evidencia varias circunstancias tanto personales como políticas. El socialista nunca se siente solo, quizá por su carácter poco empático, o quizá porque siempre juega individualmente.

La remodelación de gobierno que ha ejecutado pone de manifiesto un carácter frío y pragmático, pero también la necesidad de hacer algo ante el peor momento político que ha vivido desde que llegó a Moncloa.

No se trata solo de las encuestas, que se torcieron desde el mes de mayo con las elecciones madrileñas, ni de la salida de Pablo Iglesias que ha dejado al gobierno sin un punching que ofrecer a la oposición y a la opinión pública. Más bien, es una serie de errores estratégicos en cadena que han ido sumiendo a Sánchez en el descrédito.

Zafándose de Iván Redondo, Carmen Calvo y José Luis Ábalos, Sánchez envuelve en un paquete todos sus males para librarse de los errores. Lo que no quiere ver es que liderar significa, sobre todo, ser responsable tanto de los aciertos como de los fallos.

La salida sin honores de Redondo es bien celebrada en el PSOE porque sentar en la sala de máquinas del poder a un asesor a sueldo del mejor postor no es propio de la cultura socialista y era considerado una ofensa.

Pero a Sánchez, tanto como las encuestas, le preocupa tener el control total y absoluto del partido. Primero se ocupó de cercenar el poder de los barones territoriales que, salvo algunas honrosas excepciones, se han convertido en delegados de Ferraz.

Sin embargo, el peso autonómico dentro del Partido Socialista ha sido sustituido por otros dos poderes autónomos: la calle Ferraz y Moncloa, esto es, Ábalos, Lastra y Redondo.

Ya no habrá enfrentamiento entre Ferraz y Moncloa, porque ha decapitado a unos y otros. Sánchez no quiere pequeños ejércitos a su alrededor, solo quiere uno en torno a un único caudillo.

En el siglo XVI, Nicolás Maquiavelo reflexionó sobre si la mejor manera que tenía un Príncipe para mantener el poder en su dominio, era “ser amado o ser temido” por sus súbditos, para llegar a la conclusión de que era más efectivo lo segundo. Pedro Sánchez ha llegado a la misma convicción, pero más que temido es no amado.

Ha asegurado un congreso federal sin presiones internas, pero ha aumentado la lista de enemigos. Los que un día se batieron por él, lo harán en breve contra él.

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