Soria

Por la Virgen de Agosto

Cuando llegue septiembre se irán los veraneantes y los pueblos de la España vaciada volverán a quedarse solos y callados.

Por la Virgen de Agosto sólo quedaban en las piezas algunas puntas de tardíos, avena mayormente, además de los yeros, que había que arrancar con el rocío formando «gabejones», antes de que el último sol del verano cayera a plomo sobre la calcinada rastrojera. Faltaban ya pocos días para que, por San Bartalomé, en la era vacía sólo permanecieran en un rincón , como reliquias del verano y de la cosecha, las granzas. No tardarían en brotar los espantapastores, que en el pueblo llamábamos gallos.

Por la Virgen de Agosto se abría la media veda. Entonces el campo era libre, sin cotos, y aún había caza. Salíamos los cazadores muy de mañana en busca de las escurridizas codornices y alguna tórtola incauta. Eran ratos inocentes y emocionantes, recuerdos imborrables de la infancia. El perro rastreaba minuciosamente el alto rastrojo de trigo segado a hoz, buscaba bajo los «marallos», recorría el frescor del orillo, se agitaba en el cercano aulagar de la lleca, hasta que se quedaba inmóvil, como una estatua con el rabo extendido, y el pájaro salía volando. El vuelo de la codorniz es recto y fácil para cualquier cazador de medio pelo. Pero muchas se iban «a criar», esquivando los finos perdigones de mostacilla.

En muchos lugares de los alrededores la Virgen y San Roque, en extraño enlace, son las fiestas patronales. En uno de estos pueblos que conozco bien cantan los parroquianos en la misa mayor, con más fervor que antes por culpa del coronavirus, al bueno de San Roque, que murió víctima de la peste, como se sabe: «¡Líbranos de peste y males, / Roque santo, peregrino!». Y los mozos se quejan de que sin música y verbenas no hay fiesta. Llevan razón. Las fiestas eran el único respiro del año en la España rural, y llevamos dos años sin baile y sin procesión.

Por la Virgen de Agosto arranca en las Tierras Altas el cambio de ciclo. Recogida la cosecha y con el tempero a punto tras las primeras lluvias, los tractores, que han sustituido a las yuntas, no tardarán en salir a la barbechera. El eterno ciclo de las estaciones, el de la vida y la muerte, se repite sin fin en el campo. La rueda del tiempo marca el alma de los campesinos. Cuando llegue septiembre se irán los veraneantes y los pueblos de la España vaciada volverán a quedarse solos y callados.