Opinión

Achicharrados

Cuando en invierno se produce una ola de frio extremo o, en verano, una de calor como la que estamos sufriendo estos días, los periódicos acumulan noticias y entrevistas a expertos acerca del cambio climático.

Hace unos meses, lo vimos con Filomena, a la que precedieron y sucedieron temperaturas casi primaverales. Los expertos afirman que este verano será el más fresco de entre todos los siguientes, preocupante si atendemos a las consecuencias.

Está claro que hay que “descarbonizar” la economía, no se trata solo de reducir las emisiones de CO2 que, aunque es el residuo más abundante, no es ni de lejos el que mayor efecto invernadero produce. Una treintena de compuestos que se vierten habitualmente, como el CFC-12 o el hexafluoruro de azufre son hasta veinte veces más perjudiciales para el medio ambiente.

Reducir el calentamiento global no solo requiere una estrategia técnica desde el ángulo de la biología, la química o la ingeniería, es fundamentalmente económica y, por tanto, política.

Mantener los niveles de crecimiento de renta per cápita sin emitir gases contaminantes es, hoy por hoy, una entelequia por otra parte, parece que nadie está dispuesto a renunciar a nada, por eso no hay una solución en el horizonte.

A niveles gubernamentales, todo se mueve entre lo correcto políticamente y el intento de llegar a acuerdos de mínimos, pero no es suficiente.

El controvertido Acuerdo de París es considerado por algunos como un éxito, porque constituye un acuerdo de derecho internacional, para otros, es la claudicación en la aspiración a revertir el cambio climático.

En realidad, si se cumpliesen todos los extremos del acuerdo, cuestión altamente improbable, la temperatura del planeta subiría tres grados centígrados a lo largo del próximo siglo. Es decir, en el mejor de los casos, la humanidad se achicharrará.

El fundamento de París es no imponer límites a las emisiones, pero lograr un balance aceptable capturando el carbono que se vierte, lo que significa que, de alguna manera, todo se fía a la innovación tecnológica que produzca nuevos métodos de eliminación de gases de efecto invernadero.

Entre tanto, cada año desaparecen 13 millones de hectáreas de bosque. La deforestación lleva a la desertificación de los territorios y, con ello, la pobreza. Se calcula que el 40% de las tierras que experimentan degradación concentran los mayores niveles de incidencia de la pobreza.

El panorama es devastador, el problema de la basura marina va en aumento, siendo un 80% de ella materia plástica. De momento, aunque no está claro cómo se van a limpiar los océanos, urge poner fin a nuevos residuos.

España es, junto a Portugal, la más vulnerable de Europa. Si no se establecen las bases de un nuevo tipo de crecimiento económico, acabaremos viviendo en medio de un desierto.

El mejor instrumento que actualmente tiene el gobierno son los fondos para la reconstrucción, pero mal camino ha tomado primando los intereses políticos del independentismo por un lado y de los demás.

Es falso decir que todo depende del gobierno español, tanto como decir que no será corresponsable si no cambia su rumbo.