Precio de la luz

La luz y la tasa a las ventanas

La subida de la luz, como se acaba de comprobar, supone más inflación, otro problema

Pedro Sánchez, desde La Mareta, le ha pedido a la ministra Teresa Ribera, que intente mitigar el incendio de la tarifa de la luz. A falta de serpientes de verano, el precio de la electricidad se ha desmadrado y seguirá así durante bastante tiempo. Es inevitable porque el gas –necesario para que funcionen algunas centrales eléctricas– y los derechos de emisión de CO2 –es la lucha contra el cambio climático– tienen su propia dinámica. La comparación más obvia es la del precio del petróleo. Hasta ahora, cuando se disparaba había pocas alternativas. Además, hay que añadir los despropósitos de la tarifa española, alimentados por todos los Gobiernos, no desde Aznar, sino desde mucho antes. Sánchez y su equipo están atrapados en la demagogia fácil que reclama servicios a precios de ganga, alimentada por populistas de todo pelaje. Un callejón casi sin salida para el Gobierno, porque tiene pocas alternativas y además es visto como el responsable penúltimo de esta crisis. La ministra Ribera sugiere reformas de tarifas y que sean más estables. Sin embargo, no es una solución, sino un parche, y tardaría en ser efectivo. En Podemos, claro, han visto carnaza. Echenique, en horas tan bajas como su partido, amaga con sacar a la gente a la calle y exige una empresa pública, que tampoco resolvería nada. Mientras, algunos recuerdan un tuit del propio Echenique, hace meses, en el que rechazaba bajar el IVA de la luz del 21 al 10% porque suponía menos recaudación. Fue eliminado, pero en las redes siempre queda rastro. Puede aparecer. La subida de la luz, además, supone ya más inflación, lo que añade otro problema. El Gobierno, no obstante, tiene un recurso que no quiere usar. Podría rebajar la fiscalidad eléctrica y suprimir otros costes imputados. Sería más justo y más claro, pero también vestir a un santo para desvestir otro. Y como habría que ingresar más, surgiría la tentación de inventar otro impuesto, aunque fuera absurdo, como aquella tasa a las ventanas británica de 1696 o el impuesto sobre la anchura de las fachadas en Amsterdam del siglo XVII. Ahora, todo sería más técnico, pero tiempo al tiempo.