Podemos

La fragilidad del Gobierno

Pedro Sánchez sabe que la actual coalición le desprestigia fuera y dentro. Es un incordio. La única razón para no romperla es la de prolongar la legislatura y seguir en el poder.

La crisis de Afganistán junto con la desorbitada subida del precio de la luz han amargado las vacaciones al presidente Sánchez, le han causado un fuerte desgaste y han desvencijado un poco más el Gobierno de coalición. En los dos casos las posiciones entre los socios aparecen considerablemente distanciadas. Los objetivos y las querencias de unos y otros parecen muy distintos. La creación de una empresa nacional de Energía, la reforma laboral y la subida del salario mínimo son también asuntos pendientes para el próximo otoño, bajo la atenta mirada de Bruselas, que pueden avivar los enfrentamientos en la mesa del Consejo de Ministros. El clavo ardiendo al que se agarran para seguir juntos no es otro que el de impedir la vuelta de la derecha, a la que visten con ropajes extravagantes. Eso obliga al diálogo con los separatistas catalanes de Esquerra y con Bildu y a presentar la infame ley de Memoria Democrática, que supone un ataque directo al actual sistema constitucional y una traición sin precedentes a sus antecesores –socialistas y comunistas– que apostaron en su día por la concordia.

Lo de Afganistán hace que aflore la radical diferencia entre socialistas y podemitas a la hora de afrontar los puntos calientes de la política exterior. Se sabe que Podemos está bajo sospecha en la Casa Blanca –¡ay! el humillante olvido de España en lo de Afganistán– y en Europa, sobre todo por sus oscuros comportamientos en Iberoamérica. Es una rémora permanente en las negociaciones con Bruselas. La marcha de Pablo Iglesias no ha sido suficiente. Pedro Sánchez sabe que la actual coalición le desprestigia fuera y dentro. Es un incordio. La única razón para no romperla es la de prolongar la legislatura y seguir en el poder. O sea, se ve obligado a hacer de la necesidad virtud. De paso necesita tiempo para reducir la fuerza electoral situada a su izquierda. El riesgo que corre es que sea su actual socio el que, consciente de que está siendo utilizado y laminado –eso dicen las encuestas– no aguante hasta el final de la legislatura. Ya han empezado a multiplicarse los episodios públicos de oposición en la calle de los que aún están en el Gobierno. Tampoco los catalanes y vascos se lo van a poner fácil. No es descabellado, pues, prever una ruptura anticipada y un adelanto electoral. El «Gobierno progresista» da claras muestras de fragilidad y agotamiento.