Antonio Martín Beaumont
Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros
El exministro Pío Cabanillas, dejó para la política española una frase que definía bien las luchas intestinas que en los albores de la Transición devoró a la UCD y frustró sus expectativas de contrarrestar al entonces pujante socialismo de Felipe González. «Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros» dijo con indudable sorna gallega el político democristiano.
Me vienen a la memoria las palabras de Cabanillas al comprobar como el actual centro derecha se empeña continuamente en dispararse tiros en el pie. Más aún, cuando es más que evidente los deseos de una mayoría de españoles para que, cuando antes, se arme una alternativa a Pedro Sánchez, embarcado además en una inquietante deriva populista e intervencionista.
Entiendo que en buena parte de ese electorado de centroderecha se haya visto con pasmo la nueva escaramuza en la que se han enzarzado en estas horas el PP y Cs tras la «fuga» del líder naranja en el País Vasco, Luis Gordillo, a las filas de los populares de Carlos Iturgaiz. Un «suceso» que se encadena con los recientes incendios avivados por la vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís, al alcalde José Luis Martínez-Almeida.
Cierto es que la sangría interminable en Ciudadanos y una evidente falta de madurez en un partido sin amalgama ideológica que lo cimente, en nada contribuyen a la ansiada creación de la «gran casa común» de todo aquello que no es «el progresismo». Que por historia y por resultados debe liderar Pablo Casado.
Inés Arrimadas tiene que decidir y aclarar públicamente cuanto antes «qué quiere su partido ser de mayor». Lo demuestra también otro esperpento protagonizado por su formación en el ayuntamiento de Alcobendas, una de las ciudades más importantes de la Comunidad de Madrid.
Allí, Podemos ha tenido que salir al rescate de Cs para que estos puedan cumplir su pacto con el PSOE de repartirse la Alcaldía por turnos de dos años. Un acuerdo que ha estado a punto de dinamitar un concejal naranja que ha dado la espantada refugiándose en el grupo de no adscritos.
Si algo están demostrando todas las encuestas (las fiables, no el CIS de José Félix Tezanos), es que hay ganas mayoritarias de cambio en España. La reciente Convención del PP ha ratificado a su vez la alternativa de Casado al frente de una marca de «amplio espectro» en el que caben liberales, conservadores, democristianos o centristas.
La emergencia nacional que supone relevar en La Moncloa a un Pedro Sánchez dispuesto a entregarse a la agenda comunista de Yolanda Díaz para conservar el cargo; a poner en almoneda el sacrosanto derecho constitucional a la propiedad privada; y a vulnerar, una vez y otra, la ley (como se está encargando de denunciar y combatir el propio Tribunal Constitucional), merece una respuesta de altura de Casado, Abascal y Arrimadas. No es tiempo de la «política pequeña». Y no parece que el fichaje del diputado Gordillo por los populares para permanecer además en la misma coalición y grupo parlamentario que le llevó a su escaño, sea argumento para que PP y Cs se amenacen con rupturas y caigan en el error de servir munición al PSOE y a Podemos a base de tormentas en un vaso de agua.
El primer gran examen en las urnas, si no hay sorpresas, será en Andalucía en otoño de 2022. Y a buen seguro, PP, Cs y Vox deberán estudiar todas las fórmulas de colaboración posible para rentabilizar el caudal de sus votos y sortear las «trampas» de la Ley Electoral. Si algo ha demostrado la izquierda y el independentismo en estos tres años es su capacidad para aparcar las diferencias a la hora de imponer la demolición de la España del «régimen del 78» que todos ellos ambicionan. Frente a esta amenaza, PP y Cs están condenados a entenderse hasta que las urnas dicten sentencia.
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