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Fin de ETA

Apagón a la memoria

La desmemoria se alimenta de realidades como la incapacidad del Parlamento para consensuar declaraciones institucionales sobre el décimo aniversario del fin de ETA

He escuchado por ahí hasta que a Ortega Lara algunos de nuestros jóvenes le identifican como un antiguo «carcelero». Esta semana nos ha brindado a propósito del décimo aniversario del punto final a la violencia etarra, una serie de pruebas irrefutables, no ya sobre la ausencia de memoria respeto a lo ocurrido durante décadas en un país castigado por la violencia terrorista, sino sobre el injusto poso que, de un relato a veces premeditadamente desenfocado puede quedar de acontecimientos que en absoluto se corresponden con un conflicto social o político, sino con la existencia de víctimas –trabajadores, mujeres, niños y servidores del Estado– y de verdugos, una banda criminal organizada con el objetivo de acabar con las libertades e incrustada desde el miedo y el chantaje en la sociedad vasca al más puro estilo mafioso.

ETA fue derrotada desde los resortes del estado de derecho, pero tan importante como remarcar esa condición es no abandonar un relato hoy ajeno a nuevas generaciones –o no tan nuevas– inconscientes en un alto porcentaje del número de víctimas cobradas por la banda o sencillamente de quiénes eran Miguel Ángel Blanco y José Antonio Ortega Lara. Algo está fallando con ese relato y el hecho de que, sondeos en mano una inmensa mayoría de jóvenes menores de 35 años reconozca no haber estudiado ni en el colegio ni en la universidad lo que fue el terrorismo etarra, solo se corresponde con una poco tolerable responsabilidad de gobernantes que parecen haber priorizado la politización de lo ocurrido a partir de su fin, frente a un sistema educativo que opta por ponerle falda a las matemáticas pero no por reparar en lo más trágico de una historia reciente sin la cual difícilmente se explica lo que somos.

La desmemoria se alimenta de realidades como la incapacidad del Parlamento para consensuar declaraciones institucionales sobre el décimo aniversario del fin de ETA o contra los homenajes a terroristas en la calle y ofrece curiosas situaciones como la dificultad para recordar el cómo y el cuándo del golpeo de la banda en según qué lugares. Valga como curioso dato la amnesia sobre atentados como el de Vallecas –distrito ampliamente impregnado en la calle por las terminales podemitas– en el que seis personas perdieron la vida y diecisiete resultaron heridas en 1995. El reto, o más allá la obligación de los medios de comunicación y de nuestros políticos es, por encima de tacticismos puntuales un acto de justicia directamente ligado a la memoria, la de verdad, no la que nos ha bombardeado toda la semana con cuestiones tan «vitales» como la condición sexual o la paternidad de Franco…que paren maquinas!

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