Cuba

Mi casa amaneció con palomas decapitadas

Yunior García Aguilera advirtió en Madrid a quienes en Europa y particularmente en España siguen viendo al régimen cubano con la mirada romántica de la fuerza de una revolución

A Fidel Castro se le posaban en la guerrera las palomas blancas que hoy su dictadura degüella para amenazar a los disidentes.

Desde aquel ocho de enero de 1959, cuando mitineando en el Cuartel Columbia tres palomas desconcertadas por el bullicio de los conjurados y el brillo de los haces de luz que se posaban sobre Fidel comenzaron a revolotear hasta terminar alguna en el hombro del guerrillero, al nutrido grupo de palomas que escoltó la comitiva fúnebre el 25 de noviembre de 2016, este animal «volátil», como lo llamaría Sancho Panza, ha formado parte del imaginario revolucionario del castrismo. La paloma de la paz, el ave bíblica que trajo la rama de olivo para dar cuenta a los embarcados con Noé de que el diluvio había dejado paso a los primeros brotes de naturaleza recuperada, ha sido utilizada con frecuencia por el castrismo para crear un aura pacifista alrededor del revolucionario devenido en dictador.

Hoy, los rescoldos aún llameantes de su dictadura la utilizan para advertir y amenazar.

El padre de José Luis, asturiano del oriente, emigró a cuba y trabajó durante años en la caña de azúcar, que es donde ponían a los reos a penar cuando se les encontraba culpables de oponerse al régimen de los guerrilleros de las montañas. Así se lo contaba él, cuando de regreso a su Asturias natal le relataba cómo la esperanza de un cambio político que trajeron aquellos barbudos de caqui se fue diluyendo entre las presiones de un vecino poderoso y la generosidad de un aliado lejano; tanto como interesado en mantener allí, frente al gran enemigo americano, un pequeño portaaviones que le recordara que no estaba solo, que en cualquier momento la amenaza podría dar paso a la guerra. La posibilidad de destrucción mutua en aquello que se llamó la guerra fría, evitó que se llegara a mayores y cuando a finales de los ochenta el mundo empezó a cambiar tras la caída del muro en Berlín, la lejana Cuba permaneció como una isla de nostalgia de lo imposible.

José Luis nunca la sintió distante. Cuba había sido la tierra prometida para su padre, pero ni el fracaso le impidió conservar su amor por ella. La cuba cálida del son y los afectos, de la sonrisa habanera y los abrazos de amigos se sobrepuso siempre, más aún cuando él mismo pudo viajar años después, a la silenciosa presencia de la dictadura y sus agentes y a la falsa alegría del bullicio del malecón cuando lo agitaban las mujeres de la calle. Pero siempre le pesó la opresión que no terminaba de aflojar. Que no ha terminado nunca de hacerlo..

Tampoco él conocía a Yunior García Aguilera, dramaturgo que de repente ha asaltado esta semana las parcelas de atención mediática, se ha colado en su casa y en la de todos explicando cómo ha tenido que salir de su país gracias a la ayuda del gobierno español, después de haber sido impulsor de las últimas protestas populares contra el régimen castrista. Naturalmente, le despierta atención y todas las simpatías. Más aún cuando él fue de los que creyó que las protestas de junio, aquellas que sacaron a miles de jóvenes a las calles de decenas de ciudades y pueblos cubanos gracias a internet y al grito de «Cuba vive», conseguirían agrietar algo en la granítica política cubana. Hoy ya sabe que no, que nada o casi nada visible pasó y que la segunda edición de aquella protesta, el intento de García Aguilera y otros intelectuales por reclamar respeto a la libertad de expresión y abrir vías para una verdadera libertad en la isla –que cada vez lo es más, y más oscura–, sólo han conseguido el exilio del capitán.

Aunque quizá, piensa José Luis, ese exilio pueda reanimar si no la protesta interior al menos la conciencia de la dramática realidad cubana en esta otra parte del mundo. Yunior García Aguilera advirtió en Madrid a quienes en Europa y particularmente en España siguen viendo al régimen cubano con la mirada romántica de la fuerza de una revolución, ignorando o no queriendo ver la clamorosa falta de libertad, de todo tipo de libertades. Aquello es una dictadura, repitió. Y puede contribuir a esa agitación a la conciencia, precisamente el manejo de las palabras al que probablemente esté habituado Yunior García. Porque en su relato de la experiencia personal frente a la dictadura, deslizó una frase que a José Luis le sobrecogió, se le quedó en el pecho y bajo el esternón como un golpe de realidad transmitido con una imagen tan profundamente literaria como brutalmente evocadora: «Mi casa amaneció con palomas decapitadas».

Se le antoja a José Luis que la oración, que bien podría ser el arranque de una novela del realismo mágico o una historia cruel de venganzas y desamor, define con precisión de bisturí y sin anestesia, la realidad de una dictadura que muchos aún siguen contemplando con benevolencia: las palomas que en su día se posaron en la guerrera del revolucionario Fidel, son hoy degolladas por los herederos de su dictadura, para amenazar a quien se atreve a disentir.