Coronavirus

Ahora te toca a tí

Distancia, mascarilla, limitar los encuentros... Todo eso está en nuestra mano. Y la vacuna. La maldita vacuna que ahora exige un tercer toque y tanto cuesta que cale entre muchos de los más jóvenes.

Eduardo cuelga el teléfono y deja que la mirada se le pierda en el vacío tras las últimas palabras de su hijo: «pues no me pienso vacunar, como si soy un apestado». Se le queda dentro la frase rebotándole una y otra vez como en el interior de un árbol hueco. Lleva tiempo intentando que Carlos, el menor de los tres, entre por el aro de la vacunación, pero se choca una vez tras otra contra la tozuda obstinación de quien sigue sosteniendo que todo esto es una conspiración intergeneracional para detener la acción de las nuevas generaciones que están cambiando el mundo. O algo así, quizá más estrafalario aún, es lo que parece entender de su deshilvanado discurso negacionista. Negacionista; le desagrada la palabra misma, porque le parece una categoría de ignorancia superior a cualquier otra al enfrentarse a lo evidente de la ciencia sin más armas que la sospecha y con la misma consistencia argumental o empírica de los que dicen que la tierra es plana.

Le envuelve cierta sensación de desamparo, como si se enfrentara solo a la difícil tarea de encarrilar la voluntad aparentemente indomable de un joven adolescente que piensa y actúa como muchos de su edad, con la ignorante irresponsabilidad de los años, corregida y aumentada por mensajes que las redes sociales emiten convenientemente manipulados con técnicas de catálogo, de principiante. Pero, a lo que se ve, eficaces. Las tibias restricciones de la autoridad alimentan su incipiente rebeldía y una ira que manifiestan oponiéndose a la solución que se les propone: como en toda revuelta que se precie, se hace lo contrario de lo que dicta la autoridad.

Escucha Eduardo en la radio cómo los expertos empiezan a alertar de la necesidad de aumentar la severidad en las medidas de restricción a la vista del cariz que toma esta sexta ola y la velocidad a la que se expande la nueva variante, la Ómicrom. Esto va por autonomías, ya se sabe, pero quizá el gobierno central debiera atreverse a coger el toro por los cuernos y centralizar una política de restricciones severas y temporales en nombre de eso tan etéreo y al mismo tiempo tan esencial como es la Salud Pública. No es posible, insiste una y otra vez Sanidad, la ley desplaza esa responsabilidad a quien tiene la gestión sanitaria, que son las comunidades autónomas; además, escucha a un político del Gobierno, la estrategia de vacunación se ha hecho en coordinación con las autonomías y ha sido impecable, el ejemplo del mundo.

Mira a su alrededor y ve gente sin mascarilla. Mucha. Paseo arriba un grupo de personas toma unas cañas en una terraza sin distancia de seguridad y con las mascarillas Dios sabe dónde. Suben por la acera tres jovencitas que se hacen confidencias y comparten risas sin la menor protección. Suena el teléfono, lo coge. Su hermano Luis le pregunta que cuántos van a ir a la cena. Son cuatro hermanos, sus mujeres, y una decena de hijos y nietos. Sus padres son mayores. Eduardo se lo piensa un momento y le responde decidido que cree que no debieran juntarse este año. No le podemos hacer eso a papá y a mamá, replica su hermano. Claro que sí, sentencia él, eso es exactamente lo que por ellos tenemos que hacer.

El tráfico es cada vez más denso según se acerca al cruce con la calle de la Princesa. Tiendas y grandes almacenes digieren riadas de buscadores del oro de los regalos, de la recompensa afectiva que siempre es la sonrisa del que recibe. O del compromiso, que también pesa.

Se pregunta Eduardo si toda esta gente es de la que, como él, exige a quienes legislan y gestionan lo público que sean responsables. Supone que sí, claro; todos lo somos. ¿Pero nos exigimos a nosotros mismos ese compromiso de responsabilidad? Probablemente no. Ellos gobiernan y gestionan, claro, les hemos mandatado precisamente para eso, porque se prestaron a ello presentándose a las elecciones. Pero, ¿es esto solo cosa de ellos? No lo gestionan como quisiéramos, quizá; no son capaces de conectar con lo que pensamos en la calle y son más dados a seguir política e instrucciones de partido. Pero, ¿no es este el momento de los ciudadanos? ¿No estamos en el punto en que la responsabilidad es nuestra, y fundamentalmente nuestra? ¿No estaremos queriendo que nos solucionen un problema cuando en gran medida la respuesta y las salidas están realmente en nuestra mano?

Distancia, mascarilla, cuidado, sacrificio, limitar los encuentros, respetar distancia y proteger a los mayores. Todo eso está en nuestra mano. Y la vacuna. La maldita vacuna que ahora exige un tercer toque y tanto cuesta que cale entre muchos de los más jóvenes.

Vuelve a vibrar el teléfono. Es Carlos. Acepto, papá, pero solo por los abuelos. Solo por ellos. Bueno, también por ti. ¿Qué ha pasado?, le pregunta. Me lo he pensado. Tras un silencio, confiesa: Lola me acaba de decir que se han muerto de Covid los padres de una amiga que no quería vacunarse.