Cataluña

Dudas y tensiones en el independentismo

Las penas de cárcel y las inhabilitaciones tienen su efecto, porque ahora tienden más al griterío estéril que al incumplimiento de las leyes

Se cumple un año de las elecciones autonómicas catalanas que dieron al independentismo una mayoría de escaños y también de votos –lo habitual es que ocurra solo lo primero–. Esa realidad se matiza, y como consecuencia pierde intensidad, por otra realidad no desdeñable: la escasa participación (53%) que se produjo el 14 de febrero, porque buena parte del sector no nacionalista de la sociedad catalana se desmovilizó, aunque el partido más votado fuera el socialista, como en las anteriores elecciones había sido Ciudadanos. Pero en democracia se cuentan los votos, y quien no vota pierde representación.

Así, los partidos independentistas y sus grupos sociales satélites controlan las instituciones catalanas (Generalitat y Parlament) y la calle sin otro impedimento que no sea el que ellos mismos se procuran. Y se procuran bastantes impedimentos, porque las divisiones internas en el bando secesionista son intensas entre los distintos partidos y organizaciones, pero también dentro de esos mismos partidos y organizaciones.

Los más ardorosos hacen convocatorias de protesta contra Esquerra y JxCat por no mostrar el espíritu suicida que se espera de ellos, y por dejar pasar el tiempo sin que esa mayoría de voto independentista se traduzca en nada que no sean periódicos pellizcos de monja sin consecuencia alguna. Se han percatado de que, desde hace tiempo, nadie les presta la menor atención fuera de Cataluña, y saben que, si no son capaces de desequilibrar al resto de España, no son nada. Pero las penas de cárcel y las inhabilitaciones tienen su efecto, porque ahora tienden más al griterío estéril que al incumplimiento de las leyes.

Mientras, Carles Puigdemont (desde Bélgica) y Oriol Junqueras, diseñan su futuro para relegar al otro y liderar la próxima kermés independentista. Porque ese momento llegará. Es cuestión de tiempo. Todavía son muy recientes las heridas que dejó el fracaso de 2017. Han aprendido lo que no tienen que hacer, pero aún no está claro cómo deberá ser el próximo movimiento sedicioso para que alcance el objetivo. Y tampoco será igual si el gobierno central sigue en manos de la coalición PSOE-Podemos o si, llegado el momento, se produce un cambio en Moncloa.