Guerra en Ucrania
El objetivo de una guerra injusta
«Más allá de las condenas y las declaraciones grandilocuentes, la realidad es que Putin contempla con enorme desprecio a Estados Unidos y la UE, porque sabe que no harán nada»
Las dos guerras mundiales enseñaron que era necesario establecer unos mecanismos de cooperación internacional para erradicar los conflictos entre países. El primer intento fue la Sociedad de Naciones, que resultó un enorme fracaso prácticamente desde su nacimiento. Su principal impulsor fue el presidente estadounidense Woodrow Wilson, con sus famosos «Catorce Puntos» dados a conocer el 8 de enero de 1918, unos meses antes de que finalizara la Gran Guerra con la victoria de los aliados sobre los Imperios Centrales, pero su país no quiso participar. El último punto hacía referencia, precisamente, a «La creación de una asociación general de naciones, a constituir mediante pactos específicos con el propósito de garantizar mutuamente la independencia política y la integridad territorial, tanto de los Estados grandes como de los pequeños». Tras el armisticio que puso fin a las hostilidades, las negociaciones en la Conferencia de Paz de París dieron lugar al Tratado de Versalles, que se firmó el 28 de junio de 1919. Este texto estableció unas condiciones territoriales y económicas, con unas reparaciones que tenían que ser pagadas por Alemania. Fue necesario que se renegociaran con los Planes Dawes (1924) y Young (1930). El Tratado no solo no resolvió el fondo del conflicto, sino que sentó las bases de un profundo malestar, que, unido a la Gran Depresión de 1929, propició, desgraciadamente, la llegada de Hitler y su locura expansionista que condujo a la Segunda Guerra Mundial.
La Sociedad de Naciones fue creada por el Tratado de Versalles e inicialmente tuvo algunos éxitos que ayudaron a resolver enfrentamientos de los primeros años de la posguerra, pero a finales de los años veinte era inoperante hasta el extremo de que no pudo impedir, entre otros conflictos, la ocupación francesa del Ruhr, la invasión japonesa de Manchuria o la italiana de Abisinia y la Guerra Civil Española. Fue languideciendo hasta su disolución el 18 de abril de 1946. La ONU no recogió este fracasado antecedente, sino que se extinguió con la misma indiferencia que había sufrido en sus últimos años. La primera razón de su fracaso fue la negativa del Senado a la participación de Estados Unidos. No sucedería lo mismo con la ONU, aunque el derecho de veto que pueden ejercer los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (China, Francia, Rusia, Gran Bretaña y Estados Unidos) ha sido una anomalía que lastra la eficacia de este organismo. El veto había sido un grave problema también en la Sociedad de Naciones. Es bueno recordar que la ONU no es un club de las democracias y que un número muy importante de sus miembros, desgraciadamente, son regímenes autoritarios.
La Guerra Fría fue un terreno abonado para los conflictos entre las democracias occidentales y el comunismo. Todos utilizaron el veto en defensa de sus intereses. Han pasado muchos años desde la fundación de la ONU y uno de los miembros del Consejo de Seguridad ha invadido un país soberano sin importarle las consecuencias o las sanciones que pueda sufrir. La Unión Europea tiene ahora un conflicto bélico en sus fronteras, sin la comodidad que representaba en otros casos, como sucedió en la guerra civil de Siria, la existencia de países que puedan acoger la masiva llegada de refugiados huyendo del horror de la guerra y la devastación que deja a su paso el poderoso ejército ruso. Las cifras pueden ser impresionantes, ya que se calcula que podrían alcanzarse los cinco millones. Otro aspecto fundamental es interpretar por qué Putin ha decidido demostrar al mundo la aplastante capacidad bélica de sus Fuerzas Armadas. No se ha limitado a asegurar el control de la zona prorrusa, sino que ha invadido el país por cuatro frentes y quiere aplastar al ejército ucraniano, que no es ningún rival. Es un error creer que es solo un acto aislado destinado a acabar con Zelenski y su gobierno, sino que responde a un plan más complejo y persigue objetivos más ambiciosos. No me refiero a que pueda invadir otros países, sino que quiere dejar muy claro que Rusia sigue siendo una superpotencia y tiene un área de influencia en la que no acepta la intromisión de Estados Unidos, la UE o la OTAN. El ejército ruso es capaz de derrotar a Ucrania, pero también al resto de países vecinos.
Otro fallo en el análisis de las cómodas democracias occidentales, ha sido creer que Rusia está sola o aislada y que las sanciones económicas podían disuadir a Putin. Un error de estas dimensiones es similar a otros que se han cometido en el pasado como sucedió con Irak o Afganistán. El presidente ruso cuenta con la colaboración de China, que también quiere dominar una amplia zona de influencia y cuenta con unas Fuerzas Armadas, una población, una ausencia de controles democráticos y una potencia económica que la hacen tan peligrosa como su socio. Estamos ante el reequilibrio de fuerzas más importante que vive el mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Se produce con Estados Unidos en decadencia y con la UE incapaz de contar con una capacidad militar que le permita participar en este peligroso e inquietante juego por el poder mundial. Más allá de las condenas y las declaraciones grandilocuentes, la realidad es que Putin contempla con enorme desprecio a Estados Unidos y la UE, porque sabe que no harán nada, ya que sus poblaciones no están dispuestas a asumir ningún sacrificio más allá de acoger o ayudar a los refugiados. Es una fórmula muy cómoda para blanquear su mala conciencia ante la catástrofe que vive el sufrido pueblo ucraniano. Y, una vez más, la ONU no sirve para nada.
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