Putin

¿Vuelve la URSS?

El pasado cuatro de febrero Putin y Xi Jinping firmaron en Pekín una quincena de acuerdos cuyas efectos se empiezan a comprobar ya en Europa. Con ese amplio pacto establecen una intensa «cooperación bilateral estratégica», y acusan a EEUU y la OTAN de apliacar la política de la Guerra Fría con la suya expansiva en Europa. Así, ya vemos que después de Ucrania, Putin se ha permitido advertir a Suecia y Finlandia de «represalias políticas y militares» si ingresan en la Alianza Atlántica, lo que no requiere de más explicaciones para comprender su significado.

Por otro lado, y a fin de hacer frente al «liderazgo ruso» –en expresión literal de Borrell– destacan y se hacen públicas las medidas adoptadas por la UE: la anulación de la final de la Liga europea de Campeones de fútbol en San Petersburgo; la expulsión de Rusia del festival de Eurovisión, así como la supresión del Gran Premio de Fórmula 1. Tan dudoso resulta creer que tan «contundentes» medidas de fuerza contra el «liderazgo ruso» vayan a debilitarlo de forma significativa, como que el «liderazgo» europeo queda al descubierto.

Putin ha calificado a la UE de «supermercado global», y los hechos no le desmienten, ya que junto a la certeza de que se trata de una gran potencia económica, se encuentra el hecho de que no tiene ni capacidad ni voluntad de defender los valores sobre los que se asienta. Resuenan con fuerza los reiterados llamamientos de san Juan Pablo II a la «vieja Europa», proclamando que «la fortaleza de una democracia se sustenta en los valores que defiende», y si estos son líquidos, su debilidad deviene en obligada como sucede en la actualidad.

Con la invasión de Ucrania vivimos el final de la etapa de la Historia que comenzó con el término de la última Guerra Mundial, seguida de la desaparición de la URSS hace treinta años. La Rusia de Putin –previo pacto con China– declara acabada la Guerra Fría que perdió tras la caída de su símbolo, el Muro de Berlín, pero también la etapa que le sucedió con el liderazgo unipolar mundial estadounidense. Occidente perdió una oportunidad histórica cuando la URSS implosionó en 1991 y gestionó su desaparición como si hubiese sido la de Rusia. Debió haberla invitado a incorporarse a la OTAN y no tratarla como a su antiguo enemigo. Ahora es China la que ocupa aquel papel del que entonces abdicó Occidente acercándose a Rusia, y ahora paga las consecuencias. Reivindicar el territorio de la fenecida Unión Soviética por Putin abriría una etapa convulsa en Europa, sin margen para la neutralidad como les sucede ahora a Suecia y Finlandia.