Opinión
¡No a la guerra!
Ese grito protagonizó las manifestaciones que inundaron las calles de España en 2003, cuando tras «la foto de las Azores» que reunió a Bush, Blair y Aznar –el «trío de las Azores», con el portugués Durao Barroso de anfitrión– comenzó la invasión de Irak para deponer a Sadam Hussein y sus presuntas armas de destrucción masiva, que nunca aparecerían. El proyecto político de una «nueva Europa», en expresión del Secretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld, construida sobre el eje transatlántico entre Washington y el de Londres-Madrid, estaba tras esa fotografía y debía sustituir a la « vieja» edificada sobre el eje París-Berlín, que colocaba a España en una posición política preeminente en el tablero mundial.
La izquierda política con el PSOE e IU en cabeza y el mundo del cine y de la cultura –los Bárdem, Almodóvar…– lideraron las protestas contra la guerra, que la distancia del tiempo acredita que realmente sirvieron a los intereses de Francia, no resignada al nuevo y secundario papel que se le otorgaba en esa «nueva» Europa. Ahora, por contraste con aquellas movilizaciones, el silencio de esos mismos protagonistas resulta clamoroso ante la guerra en Ucrania, lo que demuestra que, para esta izquierda, las guerras son buenas o malas en función de quién las provoque, aunque en realidad esta no es una guerra entre buenos y malos, con Zelenski y Putin como protagonistas respectivamente. La desinformación ha olvidado la guerra del Donbass y sus miles de muertos , y es injusto ignorarlo en estos momentos. La escalada militar en Ucrania, con la capital Kiev como objetivo inmediato de las tropas rusas, presagia jornadas de mucho sufrimiento en una guerra que en las televisiones de todos los hogares muestra las consecuencias de una contienda injusta y cruel.
Mientras esta guerra sigue adelante, la del PP entra en una fase de tregua, encarando el congreso nacional extraordinario que elegirá la nueva dirección del partido con el reto de relevar al sanchismo. Ayuso no se mordió la lengua con verdades como puños en la despedida de Casado, mientras Feijóo espera ser elegido por aclamación dentro de un mes. La cuestión parece limitarse a un mero cambio del equipo dirigente, orillando la batalla cultural que con Vox a la derecha y el sanchismo enfrente resulta inevitable afrontar. La vida sigue, Sánchez está siendo ninguneado de forma notoria en esta grave crisis con su Gobierno bifronte que ya no engaña a nadie, y el gobierno de Castilla y León aguarda a que el PP aterrice en la realidad de que los votantes le obligan a decidirse por su derecha o por repetir elecciones.
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