Guerra en Ucrania
Trenes
Las terminales de Kiev, Leópolis o Mariúpol se muestran hoy abarrotadas, como lanzaderas de idas sin retornos ciertos y vuelven a consolidarse como nexo entre europeos
El 13 de junio de 1846 una locomotora de vapor partió de la Gare Saint-Lazare, en París, con destino a Bruselas. Esa primera conexión ferroviaria entre países de la Europa continental, que se anunciaba como supersónica en la publicidad de la época, logró reducir a apenas dos días el trayecto que unía ambas capitales y sentó las bases de un vínculo que superó, con mucho, la mera distancia de las fronteras físicas. El ferrocarril, junto con la imprenta y el desarrollo de las comunicaciones, forjó una auténtica revolución que cohesionó la cultura europea. Así lo relata Orlando Figes en su ensayo «Los europeos», en el que detalla cómo el canon cultural común germinó sobre los raíles que iban atravesando el Viejo Continente: artistas, músicos y escritores viajaban en aquellos vagones y llevaban con ellos sus creaciones, las que fueron componiendo un estilo, un modo de estar en el mundo. El nuestro. Aquella fuerza integradora del siglo XIX fue extendiéndose a través de una red de vías, cruces y pasos a nivel que superaba divisiones administrativas y que configuró un entramado de enlaces clave en el siglo XX y sus dos grandes y deleznables contiendas. Los trenes se convirtieron, entonces, en el canal de escape de quienes huían de persecuciones o combates y servían de comunicación entre estaciones, esos espacios habilitados (a la fuerza) como ágoras de supervivencia, encuentros y despedidas. Lo hemos leído una y mil veces en la literatura y lo hemos visto una y mil veces en el cine. Ahora, tras décadas de paz, aquellas ramificaciones que surcaban estados para acercarlos y entrelazarlos recobran de nuevo relevancia. Las terminales de Kiev, Leópolis o Mariúpol se muestran hoy abarrotadas, como lanzaderas de idas sin retornos ciertos y vuelven a consolidarse como nexo entre europeos. Carriles unificadores, alianzas de hierro y dolor, que observamos perplejos, mientras recordamos que hasta hace bien poco la vertebración de Europa ya solo se articulaba con una mochila al hombro y recorriéndola en Inter Rail.
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