Guerra en Ucrania

Las guerras de Sánchez

Se trata de demostrar a nuestros socios que el podemismo gubernamental es un simple accidente

En un primer momento, hasta el 1 de marzo, Sánchez no era partidario de enviar armas a Ucrania. Es un rasgo de sensatez, se dirá, y es cierto. También es verdad que detrás de aquella posición abstencionista había otros motivos. El primero es el tradicional oportunismo del PSOE, que acepta los compromisos –también bélicos– propios de un país occidental, aunque con una reserva que permite recurrir al pacifismo cuando lo considere oportuno. Es una de las razones, junto con el seguidismo de la derecha, que han llevado a la sociedad española a sentirse ajena a cualquier necesidad de preparar y articular una defensa activa, lista para intervenir en favor de los intereses nacionales.

El segundo motivo era la presencia en el Gobierno de un grupo que proclama bien alto, y con grandes dosis de retórica, un pacifismo venido de la Guerra Fría y que ve en la Rusia de Putin un legado entrañable de los buenos tiempos del comunismo y el Pacto de Varsovia. Sánchez se encuentra aquí con un problema de identidad, al reflejar sus ministras podemitas ese pacifismo del que él mismo no ha querido deshacerse: bien es verdad que a Sánchez esta clase de problemas no parecen preocuparle gran cosa y, efectivamente, pronto ha quedado barrido, sin más dilación, cualquier escrúpulo. Algo más difícil de gestionar resulta, en cambio, la presencia de estos personajes en su gobierno.

En cuanto al mantenimiento de la coalición gubernamental, la decisión de Sánchez habrá incrementado la deuda adquirida por él mismo con Unidas Podemos. Hay quien la ha relacionado con los 20.139 millones de euros del Plan Estratégico feminista, y aunque probablemente resulte un poco exagerado afirmar esto, no lo es pensar que, además de prebendas y favores, la deuda se reflejará en una intensificación del ruido ideológico, que es lo que, perdida ya la influencia real, les queda a los podemitas gubernamentales. A cambio de la adhesión de Sánchez a la nueva beligerancia de la UE, tendremos más propaganda ideológica: más nacionalismo anti español, más género, más socialismo redistributivo, más sostenibilidad… Se aceptan apuestas. El coste, en cualquier caso, no será pequeño y la guerra de Ucrania se verá reflejada en la diversidad de batallas culturales que tanto le gustan a este gobierno.

Tras haber obtenido el silencio o la discreción relativa de Podemos, Sánchez también estará en condiciones de desmentir la desconfianza que algunos de nuestros socios en la UE y en la OTAN sienten ante la presencia de comunistas en el gobierno de un país aliado. Negarla es una obsesión antigua de las elites que elaboran la posición exterior de nuestro país, bien reflejada en la labor del ministro José Manuel Albares. Se trata de demostrar a nuestros socios que el podemismo gubernamental es un simple accidente, una de esas contrariedades que los grandes estadistas saben manejar con soltura e incluso con elegancia. Al punto al que ha llegado la situación, en la UE y en la OTAN se lo aceptarán, o fingirán que se lo aceptan, aun a riesgo de participar en el desprestigio y la falta de autoridad que Sánchez se ha ganado en buena parte de la opinión pública española. Iremos sabiendo lo que cuesta –a todos– la cumbre de la OTAN en Madrid.