Clima

La fiesta del tiempo

Mañana, 23 de marzo, es el Día Meteorológico Mundial. Es la fiesta de la lluvia y de las isobaras. Este año se dedica a la alerta temprana

Sigue la guerra en Europa, pero aquí ha llegado la primavera con sus abarcas floridas. Nada concuerda del todo. El campo ha llevado a la capital los tractores de la protesta y está lloviendo por fin después de la larga sequía. No hay que desesperar. Aún pueden salvarse los sembrados y nacer en los páramos de la España vaciada y en las praderas del norte la hierba para el ganado. «El cielo se ha despeinado, –dice Altolaguirre–, su melena de cristal se destrenza en los sembrados». ¡Celebrémoslo! Respiremos hondo mientras observamos la lluvia en los cristales y la calle se llena de paraguas de colores. Hasta puede que un día de estos, cuando acabe la guerra, bajen los precios en el mercado y en las gasolineras. De momento crece en la calle el runrún contra el Gobierno; es como la lluvia fina, casi silenciosa y contenida, que va calando poco a poco hasta los huesos. No tardaremos mucho en salir de este invierno político de España, que parece interminable. Decían en mi pueblo que el que no se consuela es porque no quiere. ¡A saber!

Pero vamos con la fiesta del tiempo. Mañana, 23 de marzo, es el Día Meteorológico Mundial. Es la fiesta de la lluvia y de las isobaras. Este año se dedica a la alerta temprana. Se trata de poder actuar a tiempo ante los fenómenos extremos, cada vez más frecuentes e intensos en todo el mundo por culpa, según parece, del calentamiento global. Cada vez estamos más expuestos a inesperados peligros, a tremendas catástrofes naturales, que se agravan con el crecimiento demográfico, las urbanizaciones en sitios inadecuados, la ignorancia e imprudencia humanas y la degradación del medio ambiente. De la alerta meteorológica temprana depende la salvación de personas y bienes. Los hombres y mujeres del tiempo son los centinelas del cielo, que observan constantemente las nubes y los vientos, que dibujan científicamente borrascas y anticiclones y que nos avisan con antelación de lo que se nos viene encima para bien o para mal. Es una tarea encomiable y creíble, que tiene poco que ver con las cabañuelas de los pastores castellanos o las deliciosas adivinaciones del Calendario Zaragozano.

En días así, mientras pasan las nubes, nos espera a la vuelta Fray Luis de León, que huyó del ruido del mundo y plantó un huerto con sus propias manos en la ladera del monte, después de aprender el oficio de hortelano en «La Flecha», la huerta de los agustinos calzados de Salamanca. Ahora, cuando escribo, vuelve a llover mansamente, «el aire se serena y viste de hermosura y luz no usada».