Política

Amenaza comunista: ¿una vez más?

El comunismo ha fracasado siempre allí donde se ha establecido. Y no ha sido un fracaso cualquiera, sino estrepitoso y rotundo

Inma Castilla de Cortázar Larrea

Los que vivimos en directo la caída del Muro de Berlín contemplamos absortos cómo se desmoronaba aquel temido coloso, que en realidad resultó ser un gigante de cartón: una gran mentira que aplastaba la dignidad y hundía en la miseria –material y moral– a todas las personas de bien que apostaron por la propuesta comunista e incluso a las que no lo hicieron.

Desde entonces, el comunismo –despojado de toda credibilidad y carente de contenidos– vagó por la vacuidad de todos los lodazales posibles de la postmodernidad, haciendo suyo lo que era de otros: la ideología de género, el ecologismo, el antirracismo, la autodeterminación de los pueblos, el antimperialismo y una larga lista de causas destinadas, casi siempre, a enmascarar inconfesables intenciones bajo propósitos aparentemente legítimos, pero siempre demoledores. No en vano el comunismo ha demostrado ser la gran falacia, que se ha asentado allí donde había un «conflicto» real o inventado, lo alimentaba, lo fomentaba, lo agrandaba, lo utilizaba para enfrentar, socializar la pobreza y la dependencia de gobiernos omnipresentes y sin límites éticos.

Después de esta experiencia, «la capacidad de persuadir» del comunismo no habría sido preocupante si Occidente no se hubiese despojado de sus raíces y de los valores que le permitieron liderar la civilización de la libertad, la igualdad y la solidaridad que, no en vano, son valores cristianos que las revoluciones liberales elevaron, afortunadamente, a la categoría de ley. Pero un Occidente inconsistente –donde el pensamiento «débil» ha dejado cabida a toda afirmación relativista– y apoltronado en la «cultura del bienestar», perdió la capacidad de oponerse al órdago que ahora vivimos en dos frentes de la misma naturaleza.

En primer lugar, el Foro de Sao Paulo y su versión, levemente dulcificada, del Foro de Puebla que avanzan inexorablemente en su propósito de fagocitar toda Iberoamérica con su populismo comunista. El origen de la dramática situación que vive Hispanoamérica es la ruptura con España, que lideró el fracasado «libertador Bolívar» entregado a la tutela de Inglaterra –y en menor medida a Francia– que alimentaron la «Leyenda Negra» ocultando el imponente legado español. Simón Bolívar en su lecho de muerte fue bien consciente de su fracaso, previendo la insaciable codicia de las élites criollas y el empobrecimiento crónico de la población, que fue el caldo de cultivo óptimo para la manipulación comunista, eficazmente asistida por la llamada «teología de la liberación».

Pero retomemos el hilo conductor de la actividad del Foro de Sao Paulo porque la pretensión actual de sus dirigentes es poner a toda costa un pie en Europa. A nadie se le oculta que España es el lugar de elección en la estrategia de ese siniestro movimiento que progresa con éxito de la mano irresponsable del Pedro Sánchez, que ha adjudicado a comunistas nada menos que cinco ministerios y una vicepresidencia.

De esta embestida iberoamericana estábamos alertados, pero a ésta se añaden ahora las compulsiones expansionistas de Putin, que hace ondear la bandera –la hoz y el martillo al viento– de la derrotada URSS con tanta desvergüenza como sinrazón. No podemos decir que este escenario nos sorprenda en un ex-agente de la KGB, lo que lamentamos es que Putin ha aprovechado el momento más propicio: la visible derrota de Occidente con la salida de las tropas de EEUU de Afganistán; el ascenso de China como indiscutible líder económico mundial; la ausencia de liderazgo en la Unión Europea, particularmente claro sin la presencia de la Canciller Merkel; el más decrépito presidente de EEUU que pudiera imaginarse y el insólito avance del populismo comunista –al que antes nos referíamos– siempre con el apoyo de Cuba, Rusia y China y con los suculentos ingresos del narcotráfico.

Por si esta amenaza bifronte fuera poco, ahí está también la invasión islamista, que nuestro Gobierno fomenta en el sur de España y en Canarias, haciendo gala de una irresponsabilidad sin precedentes.

Pero no es hora de lamentarse, el comunismo ha fracasado siempre allí donde se ha establecido. Y no ha sido un fracaso cualquiera, sino estrepitoso y rotundo desde todo punto de vista: económico, político, sociológico y –desde luego– antropológico. Por tanto, nada de lamentos, es hora de pertrecharse afianzando las propias convicciones que son la alternativa a un mundo sin libertad. En otros tiempos, España frenó el avance del comunismo en Europa a un precio demasiado alto: una guerra fratricida y nada menos que cuarenta años de dictadura. Nadie pretende repetir la experiencia, ahora podemos detener este perverso avance con la fuerza de una sociedad civil que renuncia «a esperar a ver cómo evolucionan los acontecimientos» y se implica, porque la pasividad nunca ha sido y nunca será una opción.