Pactos

¿Con qué riman los Pactos de la Moncloa?

Ahora, que las gráficas económicas y financieras se desploman y los números fluctúan del rojo oscuro al casi negro, reaparece el bálsamo de aquellos acuerdos

Largas colas en las gasolineras, amenazas de desabastecimientos en los mercados, mediciones exhaustivas de kilovatio hora, precios que escalan propulsados por la inflación y poderes adquisitivos que se despeñan tras meses de estancamiento. Nunca como hasta ahora la economía condicionaba todos y cada uno de los recovecos de la cotidianidad. Nunca como hasta ahora la política se había visto impelida a actuar con tanta premura para moderar desequilibrios. ¿Nunca? Decía Mark Twain que la historia no se repite, pero rima. Y en una de esas estamos ahora cuando el mundo, mecido por la pandemia, la guerra y el pánico energético, se topa con una cadencia parecida a la de tiempos pasados. Que, si nos auguraban unos felices veinte, la realidad nos recuerda que nos hemos estrellado con unos abruptos setenta, pero modificados, tamizados por el siglo XXI, sus velocidades, contradicciones, comodidades y desafíos. Una era por explorar.

En ese afán por descubrir una referencia a la que agarrarnos, recurrimos en España a nuestra etapa fetiche, la más brillante y fructífera. A ese periodo en el que nos convertimos en asombro universal al abandonar el carril que marcaba la relación entre españoles y que dejó de medirse solo por una clasificación maniquea basada en colores ideologizados para concentrarse en un rumbo común. Y lo logramos. Como resumen de la coyuntura quedaron los Pactos de la Moncloa, metáfora perfecta de conquista colectiva y consenso. A ellos volvemos, de manera más o menos cíclica, cuando las expectativas se tuercen, recuerden, sin ir más lejos, el mantra que resonó durante la eclosión del coronavirus; aunque de aquello, claro, nunca más se supo y la política nacional se mantuvo en sus cauces de frentismos y fragmentaciones recurrentes.

Ahora, que las gráficas económicas y financieras se desploman y los números fluctúan del rojo oscuro al casi negro, reaparece el bálsamo de aquellos acuerdos, eslabón clave de un pensamiento mágico que aspira a una solución automática con solo invocarlos, olvidando los esfuerzos y renuncias con que se sellaron. Y, aunque cada generación debe atinar con sus propias fórmulas, sus propios rituales (nuestra sociedad queda ya muy lejos de esa que anhelaba democracia), los Pactos de la Moncloa funcionan aún como referente, espíritu vivo dispuesto a ser readaptado y reinterpretado. Auparon a todo un país y son un eco imprescindible: tanto que hoy nos conformaríamos, incluso, con encontrarles una rima asonante.