Opinión
Despedida de un gran purpurado
Ayer se celebró un solemne funeral en la Catedral de Sevilla por el alma del que fuera Arzobispo de la diócesis y Cardenal, D. Carlos Amigo Vallejo, fallecido el pasado miércoles en un centro hospitalario de Guadalajara. Inhumado en la misma Catedral y muy próximo a la Virgen de los Reyes, descansan sus restos hasta la hora de la Resurrección. Allí le acompañarán el cariño y las copiosas oraciones de los fieles, que sin duda no le faltarán.
Ya es suficiente prueba de la atractiva y gran personalidad de D. Carlos , el que habiendo nacido en 1934 en la localidad vallisoletana de Medina de Rioseco, y ejerciendo de recio castellano, se haya ganado el cariño y la admiración de los sevillanos y andaluces durante el largo ejercicio de su ministerio episcopal en la diócesis hispalense. De ella fue nombrado Arzobispo por san Juan Pablo II en 1982, y en ella permaneció hasta 2009 un total de 27 años, casi tantos como los que duró el pontificado del Papa polaco, con el que mantuvo una particular cercanía. De su mano estuvo el Santo Padre en Sevilla durante su primera visita apostólica a España en 1982, para beatificar a sor Ángela de la Cruz, fundadora de las Hermanas de la Cruz, que sería canonizada también por San Juan Pablo II en Madrid, el 4 de mayo de 2003 en su última visita y despedida de España. La devoción de los fieles sevillanos hacia la santa se trasladó con cálido afecto hacia D. Carlos por haber promovido su causa con dedicación durante su episcopado sevillano.
Perteneciente a la familia franciscana, D. Carlos facilitó el acceso de las mujeres a las Hermandades y Cofradías que procesionan durante la maravillosa Semana Santa sevillana. En 2007 el ayuntamiento de la capital le nombró Hijo Adoptivo de la ciudad, y en 2011 la Diputación Hijo Predilecto. El Papa le creó Cardenal, recibiendo de sus manos la birreta cardenalicia en una solemne ceremonia en la Basílica de San Pedro el 21 de octubre de 2003 junto a otro español, D. Julián Herranz, de la Prelatura del Opus Dei.
Siguiendo la tradición, al ser nombrados purpurados españoles, una delegación oficial representó al Estado, y nuevamente se pudo acreditar el don de gentes, amabilidad y simpatía que transmitía desde su majestuoso porte realzado con la vestimenta cardenalicia, templado además por su natural humildad franciscana. En su localidad natal, tiempo atrás una joven carmelita sería beneficiada de un portentoso milagro atribuido al hoy ya beato Juan de Palafox, como él me diera a conocer.
DEP, D. Carlos.
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