Rusia

«Funeral de Estado»

Poca vida tuvieron aquí en la tierra millones de trabajadores asesinados por Stalin y otros admirados genocidas comunistas

Putin celebrará mañana el día de la victoria en Moscú, y no en Mariúpol. Según informó «Forbes», el despliegue será recortado en un 35 %. De no cambiar radicalmente en su favor el curso de la invasión a Ucrania, sospecho que, cuando se produzca la muerte de don Vladimir, no habrá nada parecido a lo que sucedió con Stalin.

Supuestamente ateo y republicano, el socialismo no quiere acabar con la religión y la monarquía, sino ocupar su lugar. Dicha usurpación queda ilustrada en «Funeral de Estado», el documental del director ucraniano Sergei Loznitsa, que está en Filmin, y de cuya existencia me enteré gracias a nuestro director, Francisco Marhuenda.

Cuando Stalin murió, en 1953, la dictadura emprendió una faraónica iniciativa de propaganda: una película, que se titularía «La gran despedida», sobre su funeral, recogiendo las imágenes de dos centenares de camarógrafos. La desestalinización, empero, llegó pronto, y la película pasó a los archivos.

Loznitsa la recupera y utiliza para mostrar la cara verdadera del ateísmo y el republicanismo de los comunistas. La muerte de Stalin se presentó como la del rey, o el zar, una figura paternal y bondadosa, que, al dejar huérfano a su pueblo, es objeto de innumerables expresiones de homenaje y dolor. Apuntó Agustín Serrano: «Loznitsa muestra lo grotesco de ese culto a la personalidad que, años después, descubriríamos en los sepelios de jefazos como Nasser, Mao, Jomeini, Chávez, etc.». Ese culto ha sido, en efecto, clave para que los «reyes» socialistas hayan podido engañar durante tanto tiempo a tanta gente.

Junto a esta usurpación de la monarquía, el comunismo añade el elemento religioso. Estos rabiosos ateos, capaces de asesinar a miles de monjas y curas, manifiestan una vocación trascendente, que se revela precisamente cuando muere el dictador-rey, cuyo fallecimiento ha de contraponerse con la inmortalidad de su magno proyecto de revolución social. Y eso fue lo que repitieron los altavoces en toda la URSS esos días: «¡Viva la causa inmortal de Stalin! Viva el gran pueblo soviético, que vivirá para ver el triunfo del comunismo». Se hablaba, como en las ceremonias religiosas, literalmente de la «vida eterna».

Poca vida tuvieron aquí en la tierra millones de trabajadores asesinados por Stalin y otros admirados genocidas comunistas. Muchos de los muertos fueron víctimas del hambre provocada por políticas anticapitalistas que supuestos progresistas siguen recomendando hoy.