Gobierno de España
Una legislatura, según Wilde
Crecen ecos y susurros en el Congreso sobre un precipitado final, con síntomas de decaimiento que se van expandiendo
Decía Oscar Wilde que la tragedia de envejecer es seguir sintiéndose joven. Y en esa divergencia radican tantos desórdenes, confusiones y malos entendidos que bien podríamos grabarnos la máxima a fuego y enarbolarla como guía de vida. O de política. Las cuestiones de la gestión pública, las comunes, las que nos competen a todos siguen habitualmente sus propios tiempos que, además y con bastante frecuencia, no coinciden con los cronológicos, van por sus cauces, marcan sus ritmos y, a veces, tan solo nos permiten el recurso a referencias, efemérides o aniversarios ya fijados para intentar esclarecer en qué punto nos encontramos, dónde nos situamos exactamente: cuatro años de la moción de censura que hizo virar el transcurrir previsible o el ecuador cumplido del primer ejecutivo de coalición nos servirían ahora de fiables asideros.
En otras ocasiones, en cambio, es necesario escudriñar un poco más allá para interpretar el momento, para lograr ubicarnos. En España, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, no existe una limitación de mandatos presidenciales y carecemos, por tanto, de la gráfica figura del «pato cojo», ese dirigente que atraviesa un periodo de salida, un gobernante con las manos atadas, sin apenas margen de maniobra. Como en etapa de descuento. Aquí las rectas finales, los cambios de ciclo, los posibles giros de guion deben ser adivinados a partir de pistas y nos obligan a estar atentos a detalles, a gestos y a movimientos, más o menos sutiles o más o menos evidentes. Y, a tenor de los últimos acontecimientos y circunstancias, pareciera que nos precipitamos hacia una fase de agotamiento.
Al margen del eterno calendario electoral, activado casi en bucle, que ejerce de diabólico freno a cualquier atisbo de progreso, la agenda legislativa se arriesga a anclarse en un espacio con escaso recorrido: ni los impulsos de la geometría aritmética ni cualquier otra modalidad de álgebra creativa se antojan ya con la suficiente potencia para configurar mayorías. Con socios que cada vez complican más sus apoyos y la frontera inaplazable de los compromisos adquiridos con Bruselas, las principales reformas pendientes (la fiscal, la de pensiones o la financiación autonómica, atascada desde 2014) aguardan con pocas posibilidades de concitar acuerdos. Y crecen ecos y susurros en el Congreso sobre un precipitado final, con síntomas de decaimiento que se van expandiendo y la necesidad de tomar conciencia para discernir si la legislatura todavía es joven o, en realidad, ya ha sucumbido al paso del tiempo y se nos ha hecho vieja. Aunque aún no lo sepa.
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