Internacional

Nicaragua, dictadura atroz

«El dictador Daniel Ortega prohíbe la Academia nicaragüense de la Lengua y devasta la cultura del país»

Junto a San Juan de la Cruz, Neruda, Quevedo, García Lorca, Bécquer, Aleixandre, Alberti, Garcilaso de la Vega, Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz y Lope de Vega, figura, entre los doce grandes de la poesía en español, Rubén Darío. El poeta nicaragüense influyó, además y de forma decisiva, en la lírica del siglo XX. Desde su adolescencia en Temuco, Pablo Neruda dejó constancia de lo que significó el poeta nicaragüense en su propia creación poética.

Rubén Darío fue un gigante de la literatura en español. Ernesto Cardenal, Pablo Antonio Cuadra y otros muchos han engrandecido el idioma de Cervantes y Borges, desde su pequeño país. Guardo recuerdos imborrables de conversaciones hace cerca de sesenta años con los intelectuales nicaragüenses más destacados de aquella época. En Managua, la ciudad «terremoteada», junto al lago Xolotlán, cabe el teatro Rubén Darío, hablábamos de poesía y de política. A veces el núcleo conversacional se centraba en Lo fatal, el poema rubeniano que ha sintetizado la parte sustancial de la gran filosofía de los siglos XIX y XX: «… y no saber adónde vamos ni de dónde venimos».

Tras décadas de convulsión política, zarandeada Nicaragua por las dos potencias de la Guerra Fría, el país de Rubén Darío padece ahora bajo la dictadura de Daniel Ortega que gana las elecciones tras encarcelar a los líderes de la oposición. He tenido ocasión de conocer en la Real Academia Española a Sergio Ramírez, premio Cervantes y a Gioconda Belli, el pez rojo que nada en el pecho, la poeta que camina sobre la tristeza de los relojes desbocados.

El dictador ha decidido, en su vandalismo cultural, liquidar la Academia Nicaragüense de la Lengua. La Real Academia Española ha reaccionado con un comunicado que hubiera suscrito Rubén Darío: «… la RAE, que defiende las libertades de pensamiento, expresión y asociación como los primeros valores de cualquier sistema de convivencia, respalda y reivindica enérgicamente el legítimo derecho de la Academia Nicaragüense de la Lengua a servir a sus conciudadanos y a hacer posible la participación de Nicaragua, en términos de igualdad, en la preservación del bien cultural superior tanto de la propia nación como de la comunidad de naciones y pueblos que comparten la misma lengua, hoy patrimonio común de casi seiscientos millones de personas en todo el mundo».