Economía

Ya te lo dije

Cada sacudida que ha agitado al mundo ha abocado a reinventar y a improvisar: tanto que ninguna ha servido como claro referente para resolver con mayor celeridad la siguiente

Casi como las familias infelices de Tolstói, las crisis económicas lo son cada una a su manera. Desde el crac del 29 hasta la ruina del Viejo Continente tras la Segunda Guerra Mundial, pasando por el colapso de la deuda externa en los 80 en América Latina (cuyos efectos aún perduran) o la Gran Recesión, todos estos trances financieros se han demostrado muy diferentes entre sí. Con causas, diagnósticos, consecuencias y, por supuesto, soluciones muy diversas. Cada sacudida que ha agitado al mundo ha abocado a reinventar y a improvisar: tanto que ninguna ha servido como claro referente para resolver con mayor celeridad la siguiente. Ahora que encaramos las turbulencias pospandémicas y bélicas, combinadas, además, oportunamente, en forma de inflación, encarecimientos de materias primas, caídas bursátiles y subidas de tipos, nos topamos con otro elemento que añade aún más desestabilización: el estado global de ánimo. O de desánimo.

El economista y premio Nobel, Robert Shiller, alerta estos días sobre los riesgos de la profecía autocumplida: la actitud en extremo cautelosa de inversores y consumidores que estaría precipitando, por sí misma, una recesión. «El miedo puede cambiar la realidad», asegura. La excepcionalidad de los confinamientos, el parón económico sin precedentes y los últimos movimientos geopolíticos habrían cristalizado en una incertidumbre sistémica, un pánico al futuro incrustado en la psique colectiva que actuaría de freno inconsciente y que muchos expertos consideran incompatible con cualquier atisbo de bonanza o crecimiento. El factor emocional de la economía. ¿Y si Shiller tuviera razón y la catástrofe a la que parece que nos dirigimos, sin remisión y como a cámara lenta, todavía pudiera reconducirse con un giro en las conductas, consumiendo e invirtiendo más? Aunque se antoja una propuesta a contracorriente de las tendencias de mercados internacionales y bancos centrales, quizá sea una firme opción para evitar todos los «ya te lo dije» que escucharemos mañana.