Juanma Moreno
Votar, «desvotar», votar
Ese balanceo hacia otra dirección, que marca un camino a épocas anteriores, abre la posibilidad de regresar a un talante más propositivo y útil
Un total de 6,2 segundos tarda el péndulo de Foucault del Panteón de París en completar su movimiento de ida y vuelta. Aquel experimento, que permitió en 1851 demostrar la rotación de la Tierra, sirve también como representación absolutamente gráfica de los continuos vaivenes a los que estamos sometidos, como reflejo del continuo fluir de la vida y sus posicionamientos, del permanente trasiego de un extremo a otro. Y, aunque no todas las oscilaciones tardan tan poco tiempo en culminar sus recorridos, al final, la fuerza de la inercia, termina por devolver las situaciones a su punto de origen, para repetir después, una y otra vez, la misma senda. Todo va y todo viene.
Insistir, a estas alturas, en el atisbo de cambio de ciclo en la política española, una semana después del 19J, resulta más que redundante: la debacle de unos y el éxito de otros ya están perfectamente detallados. Pero, al margen de los resultados concretos para las distintas siglas, las urnas andaluzas escenificaron y señalaron otras tendencias más profundas, unas corrientes de fondo que superan los porcentajes escrutados y que revelan una variación sustancial en la actitud de los ciudadanos, en la manera de relacionarse con sus representantes, en el cómo elegirlos. En los últimos años se ha detectado, en todo el mundo, una predisposición a la irritación colectiva que derivó en un voto del enfado: una sociedad crispada que apenas se había recuperado de una colosal crisis económica y que intentaba encontrar respuestas en otra forma de hacer política. Un malestar que cristalizó en el viraje a la protesta, azuzado convenientemente por las vertiginosas redes sociales, y que confió en estilos tan radicales como simples para resolver complejas realidades. Se reeditó un populismo de manual.
Y se empezó a votar a la contra: ya saben, el «sí» al Brexit, el triunfo de Trump, el auge de partidos en los extremos que fragmentaban la vida parlamentaria y rompían los ejes ideológicos tradicionales para dar paso a proyectos y plataformas más personalistas... El resumen, en fin, de nuestra era, a la que España se sumó con enorme empuje y se apuntó, también, a «desvotar»: a ir a los comicios contra algo o contra alguien, siempre en negativo. La victoria de Juanma Moreno refrenda otro modelo, otro estilo, una apuesta más por la gestión, de voto a favor, como ya ocurriera en la Galicia de Feijóo. Y ese balanceo hacia otra dirección, que marca un camino a épocas anteriores, abre la posibilidad de regresar a un talante más propositivo y útil que nos sitúa, como si contempláramos un péndulo de Foucault imaginario, a la espera de que ultime su recorrido y se vuelva, por fin, a votar para construir.
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