Inmigración ilegal

Fronteras

Con los flujos migratorios convertidos en complejos jeroglíficos, las democracias se enfrentan a la prueba de fuego del siglo XXI

Si nos atenemos al significado literal que recoge la RAE se trata del confín de un Estado. Sin más. Un límite aleatorio, fruto de movimientos, acuerdos, conflictos y reajustes históricos que sirve de imprescindible encuadre, más administrativo o más emocional, para un grupo de personas que comparten cultura, costumbres, pasado y futuro. Pero si ampliamos el foco y superamos el concepto estricto, vislumbramos los matices. Las fronteras pueden ser una esperanza o un desengaño, una oportunidad o un fracaso, el principio de algo o el final de todo. Las hay terrestres, marítimas, naturales o artificiales, algunas se configuran como transiciones suaves y otras confirman distancias abismales: realidades opuestas que caen a uno y otro lado. En España lo conocemos bien. Orilla sur de Europa, borde meridional de un paraíso cívico, ratificamos la crudeza de las zonas de paso, pero no somos los únicos. A las terribles escenas en la valla de Melilla se ha sumado estos días el hallazgo de los cuerpos de decenas de inmigrantes asfixiados en un camión en Texas, otro nudo entre dos mundos, y ambas tragedias reactivan un drama que no puede dejar de abordarse. Pero, ¿qué aportar más allá de evidencias y lugares comunes? ¿Qué añadir desde la cómoda vida occidental sin resultar cursi o teatral o afectado en exceso?

Con los flujos migratorios convertidos en complejos jeroglíficos, las democracias se enfrentan a la prueba de fuego del siglo XXI y se afanan en elaborar respuestas a un dilema de orígenes heterogéneos: guerras, pobreza, hambrunas, falta de libertad. Y las fronteras, que funcionan como tope para tantos seres humanos, se transforman también en el reflejo de nuestras limitaciones. La indolencia ante el sufrimiento ajeno evidencia nuestras carencias para obligarnos a reconocer las frustraciones con las que convivimos y parecen condenarnos a aceptar que hay finales abocados a no ser felices, que algunos asuntos no tienen solución y que no podemos hacer nada para cambiarlos. Porque no podemos, ¿no?