Jorge Vilches

La infamia como balance

Sánchez creyó que eliminando a los ministros desgastados y a su jefe de Gabinete iba a remontar en popularidad, pero se equivocó

Del brazo de los asesinos de Miguel Ángel Blanco. Ese es el balance del último año. Doce meses con algunas caras nuevas en el Gobierno solo para cometer la mayor infamia de la historia de la democracia: convertir a los etarras en luchadores por la democracia y a la Transición en un producto franquista. Sánchez creyó que eliminando a los ministros desgastados y a su jefe de Gabinete iba a remontar en popularidad, pero se equivocó. La gente no olvida porque la indignidad es tan grande que resulta imborrable.

La democracia no se construye convirtiendo a los terroristas en luchadores por la libertad y a las víctimas en fachas. Es muy descriptivo de la situación que sufrimos que Otegi sea para el PSOE más respetable que Feijóo. No esperamos nada de Podemos, pero sí de unos socialistas que ayudaron hace 40 años a implantar la democracia en España.

No se trata de cambiar personas, sino las políticas, la mentalidad y los resultados. Nunca me gustó la frase de Fernando VII referida a sus ministros que decía: «Son los mismos perros con distintos collares». Hoy es al revés. Lo que no han cambiado son los «collares», porque los nuevos responsables ministeriales continúan la política anterior. No hay variación. La orden es ceder siempre a los socios parlamentarios para no perder el poder.

En julio de 2021, Sánchez cambió a su equipo para sobrevivir a las encuestas y al mal resultado en Madrid. Los sondeos no remontaban ni con la cocina de Tezanos. La popularidad de Sánchez caía, lo que era insoportable para una personalidad forjada en un ego desproporcionado. Tampoco las interminables y frecuentes apariciones televisivas servían para que los españoles vieran mejor al presidente.

El PSOE perdía el voto joven, su fuerte desde 1978, y donde asentó su hegemonía durante décadas. El socialismo había dejado de ser atractivo para los jóvenes, y tan solo un 11% se declaraba votante suyo en 2021, por detrás del PP, Vox y Podemos.

Los cabeza de huevo de Moncloa pensaron entonces en recuperar al elector progresista. Tomaron los estudios de opinión y dictaminaron que el electorado socialista quería gente joven, feminista y ecologista. Esos fueron los criterios para elegir a los ministros, no su capacidad o experiencia. Era más importante la imagen y la servidumbre al líder que la profesionalidad.

Aparecieron así «estrellas» para el público, como Félix Bolaños, nuevo gurú, que ha sido incapaz de revertir la opinión sobre el sanchismo y ha metido al Gobierno en el lío del espionaje con Pegasus. Isabel Rodríguez fue elegida nueva portavoz del sanchismo, dedicada a anunciar la doctrina y a criticar a Feijóo. Llegaron también Pilar Alegría a Educación y Albares a Exteriores, con sendos fracasos. La primera por presentar la ley educativa más sectaria y creadora de asnos desde 1978, y el segundo por generarnos un problema con Marruecos y Argelia a la vez, que tiene mérito.

A esto añadieron dos sesiones a la semana del Consejo de Ministros para dar la sensación de que trabajan. Es ridículo. Todos esperamos que trabajen de lunes a domingo para sacar al país de la ruina, pero tememos lo contrario. De hecho, Yolanda Díaz alardeó de trabajar un sábado este pasado mes de febrero, y se ha tomado dos días libres para presentar su proyecto político personal.

Toda esta negligencia y vacuidad serían soportables si no fuera porque se dedican, además, a emponzoñar la democracia. No me refiero solo a esa malhadada «Ley de memoria democrática» que convertirá a los etarras en demócratas contra una Transición franquista y un PSOE represor. Es que, como ha dicho Marimar Blanco, cada vez que Sánchez pacta con Bildu es «como matar de nuevo a los nuestros». Hoy es evidente que una de las tareas de Feijóo será devolver la dignidad a la democracia española.