Novak Djokovic

El talento

Yo no sé si el tenis se ha vuelto algo tan competitivo que exija prescindir de la buena educación para triunfar en él

Este domingo, dos de los principales monstruos del tenis se enfrentaron en Wimbledon y ganó uno de ellos. Los dos finalistas que compitieron –tanto Novak Djokovic como Nick Kyrgios– son actualmente grandes talentos del tenis. Curiosamente, en su aspecto civil, ambos suelen protagonizar ocasionalmente, sin embargo, conductas que dejan bastante que desear. Djokovic es más simpático, pero a veces un tanto chulesco y matón, aparte de dar siempre prioridad a sus opiniones –que no son nada del otro mundo, precisamente– por encima de cualquier posible beneficio a los demás. Kyrgios, por su parte, posa directamente de supervillano, usando lenguaje obsceno en la pista, lanzando agresivas coacciones psicológicas a sus rivales y ejerciendo de maleducado con público, jueces y adversarios.

Yo no sé si el tenis se ha vuelto algo tan competitivo que exija prescindir de la buena educación para triunfar en él. Sospecho que no, porque hace bien poco podían verse unos partidos entre Federer y Nadal que eran una pura delicia en todos los sentidos. Más bien me da la sensación de que ahora toca una de esas rachas, impredecibles y ondulantes, en que llegan a la cumbre de un deporte obsesos con carencias educacionales. Supongo que están tan ocupados entrenando en todo momento para triunfar que no les queda tiempo para instruirse. Cuando se da una de esas rachas, el público hacemos muy mal jaleando y riéndole las excentricidades a tipos incapaces de controlar sus salidas de tono. Eso era lo que hacíamos hace años con McEnroe, quien era claramente un personaje que andaba un poco mal de los nervios.

Si el precio por presenciar un buen partido de tenis va a ser soportar mamarrachadas, yo me puedo pasar tranquilamente sin él. Siempre he pensado que un hombre bueno es preferible a un hombre de gran talento. A nuestros amigos favoritos, al final, fíjense ustedes que, bien mirado, siempre los escogemos más por su bondad que por ostentar talentos excepcionales.