Unión Europea

Sin hombres de negro en Berlín

Conviene siempre estar preparado para dialogar, transaccionar y negociar. Pero evitando, eso sí, esperar milagros

Aseguraba Petros Márkaris durante una entrevista para la BBC en 2017 que la crisis de Grecia solo la podía resolver un milagro y que los políticos no los hacían. El escritor, que tan bien retrató los agónicos años de hecatombe económica helénica, cuestionaba, además, el modo en que Bruselas había afrontado las vicisitudes que atravesaron el proyecto común. Y acudía estos días a sus palabras, ahora que Europa parece un mundo al revés, como volteando el papel que a cada uno de sus miembros le ha tocado representar en los últimos precipicios. A lo largo de aquellos complicados tiempos, en los que el «shock» por la deuda amenazaba con resquebrajar a la Unión con un «Grexit» (¿lo recuerdan?), entonces, mucho antes de que Cameron, primero y Johnson después, ejecutaran, esta vez sí, el desmembramiento, las tensiones entre los países estuvieron a punto de dinamitar el cemento cultural y social que empasta al Viejo Continente. La pugna norte y sur partía el propósito colectivo, y más allá de reflejar dos modelos políticos o económicos distintos, impactó en capas profundas de cohesión y desencadenó un crujido interno impulsado por el peyorativo «PIGS».

Algo más de una década de rescates y austeridades después, los pulsos, suavizados, dormitaban hasta la irrupción del desafío de Putin. La energía y sus restricciones se alzan como elemento de disputa, pero con Alemania, adalid de los frugales, reconvertida en gran afectada. Los roles se intercambian y los estados del sur, entre ellos España, se resistían a asumir sin más las limitaciones que años de conexión germano-rusa han desencadenado: la no-solidaridad de entonces incitaba a una no-solidaridad ahora. Sin embargo, no habrá hombres de negro en Berlín porque si algo nos ha enseñado la experiencia y nuestra historia, la remota y la reciente, es que conviene siempre estar preparado para dialogar, transaccionar y negociar. Pero evitando, eso sí, esperar milagros.